El dinero se le escurría tanto por
los bolsillos como por la boca. Disfrutaba de un placer que solo otorga la
retórica discursiva del capital. Caminaba con el pecho en alto, con ese añorado
respeto que apenas el burgués conoce.
El calor golpetea a Quito al igual
que lo hace el imperialismo. Porque la raza se traiciona, se rebaja, se
mestiza. Perdiendo la batalla de lo autóctono mientras se revela omnipresente
en un mundo que no conoce.
Los millonarios cantan. Cantan
cuando nadie más lo hace. Afinan a la perfección la corrupción del estado. Por
eso el andaba feliz, contento y cantado cuando lo metieron de un golpe a la
camioneta. Estará en primera plana, pensaba mientras se retorcía en el piso. El
llamado no se hizo esperar, como la negación y la tortura, esparcida por los
verdaderos segregados del sistema.
– No se negocia con terroristas –
dictaba Salvador, su hermano, ante la desesperación de una esposa, que ya no
vería a su marido, ni a los viernes de póquer a las afuera de playa rosada, ni
el fulgor opulento de una vida pudiente.
Los estratos sociales se agrietan
en silencio, sin que nadie lo note. Se descascaran lentamente. Agujereándose de
la misma manera que lo hace el ser humano.
Pero el despotismo absurdo de un
primate amasado por una civilización individualista traiciona también. Como
traiciona Salvador y la patria. Ahora, ya nadie saldrá en primera plana.
Por German Rodriguez
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