miércoles, 26 de diciembre de 2018

Navidad


-          Es fácil - dijo mientras pasaba sus manos por mi rostro.

Tenía razón, lo era y para ser honesto me asustaba un poco que lo fuese. Las palabras me ahorcaban y tuve que escribirlas para no olvidarlas. Por un segundo todo tenía sentido. Incluso la navidad y las copas llenas y los llantos de los niños que esperaban sus regalos. Todo parecía encajar. Ella parecía encajar. Eso también me daba algo de miedo. Caminamos con los pies descalzos. Era de noche pero la luna alumbraba como un sol extraviado entre las estrellas. Nuestros dedos se entrelazaron y por primera vez pude sentir la simpleza de la que me hablaba. La abrasé como si fuese para siempre. Deseando que lo fuera. Es fácil, susurré antes de dormir pero ella ya no estaba ahí. La Navidad había terminado. Las copas estaban vacías y los niños ya no lloraban porque ahora nada volvería a encajar.


Por Germán Rodriguez.



lunes, 17 de diciembre de 2018

Una pistola en la cabeza a los once y una en la cintura a los trece


-   Todo empieza robándose algo chiquito, bien pequeño, algo que nadie va a notar, que esté al alcance de tu mano y que nadie va a saber que fuiste vos. Empezas con unos anteojos, después los anteojos no alcanzan, ya quieres algo más grande. Un día ves la tele que te gusta en una casa y pensas ¿Por qué no? ¿Por qué yo no puede tener eso? Y lo haces, y yo lo hacía con gusto, porque creía que todo el mundo tenía la culpa de lo que me pasaba a mí.
Siempre me las arreglaba para no volver a mi casa. No me gustaba estar ahí. Mi mama era prostituta y trabajaba por las noches, y yo durante el día, me la pasaba en el colegio entonces no la veía nunca. Me daba rabia que ella fuese prostituta y no tuviese tiempo para mí, me daba rabia que me moliera a golpes sin razón. Era un nene, no me tocaba eso a mí. ¿Qué hice yo? Me preguntaba mientras me cubría cuando se metía en mi cuarto por las noches y se abalanzaba sobre mí - Hizo un silencio y agachó la mirada en busca de una respuesta que no encontraría en el piso, ni en ningún lugar – Mis papas estaban separados y a él lo veía poco, mi papa solo tenía billete para putas y vino, y mi mama se la pasaba drogada tirada en el piso de la cocina. A ninguno le importaba que notas sacara o que quería para navidad. Guacho, a mi graduación de primaria no fue nadie, ninguno apareció. Vos no tenes idea la pena que sufre un niño de doce años con algo así. Todos estaban con sus familias, abrazados, sacándose foto, sonriendo felices y yo, solo, con los ojos que me lloraban de la bronca. Ese día llegué a mi pieza, cerré la puerta y me armé un porro. Desde esa noche no paso un día sin fumar marihuana.  
¿En qué me iba a refugiar sino?  ¿En qué? – Volvió a preguntar mientras extendía las manos-  Me metía toda la droga que podía. Me juntaba con todos los malandras del barrio porque cuando llegaba a la plaza o, a donde sea que estuviesen parando, me abrazaban, me daban la mano y me preguntaban cómo estaba. Yo no sabía lo que era eso,  y pensaba  “Guau, estos manes me quieren más que en mi casa” y un día empecé a hacer lo que hacían los manes que admiraba: Robar.
Así me crie, entre putas y bandidos, con una pistola en la cabeza a los once años y una en la cintura a los trece. Yo con una pistola me creía Superman. Es más te digo, Superman me quedaba chico. Mientras los otros guachos de mi edad ponían los dientes bajo la almohada y le hacían la cartita a Papa Noel, yo aprendía a hacer balas con pólvora, dinamita  y cinta negra. Las presionaba, las metía en un mortero y bum!  A los diez años ya le estaba tirando a los gatos por ahí y a los once estaba fabricando balas en la cocina de mi casa y tirándosela a la gente. A los once putos años.

Por Germán Rodriguez.