Ramón vive en La Candelaria, de basura y caridad. Se sienta en la esquina sobre su bolsa y ve el tiempo pasar y sí que pasa, parce.
Setenta y pico dice que tiene, porque ya hace rato que no los
cuenta, pero sus arrugas marcan historias que lo hacen aún más sabio y más
viejo.
Peón, obrero, zapatero, vendedor de fuegos, reciclador, ambúlate.
No importa el oficio. Ramón camina de todas maneras, lento y con la espalda más
que encorvada, porque la única manera de salir de la mierda es andando.
Y vive arribita de una iglesia y Dios me lo cuida y me lo cuida
bien. Sonríe cuando come y siempre me llama de alguna manera diferente. Las
palomas vienen y van y él sonríe, escupe y vuelve a sonreír porque la vida a
veces es solo eso, un escupitajo mal acertado y una sonrisa sincera.
Por German Rodriguez