El
inconsciente colectivo nos susurra playas, carnaval, morochas exuberantes y
pretos fornidos pero la realidad Brasileña nos da una trompada en la cara y nos
muestra de lleno pobreza, piperos, locura y violencia. Por las noches y no solo
por las noches, las calles desnudan un tercer mundo en caída libre. La gente
escupe a Jesucristo en cada oración y el los escupe a ellos en cada esquina.
Los abriga con cartones, les enciende la pipa y les da de comer como perros en la
plaza. Oremos por eso y por el prójimo, que se cae a pedazos mientras la limosnera
se llena y los evangelistas siguen predicando mierda a los gritos desde
edificios cristalinos al costado de la favela. Aleluya y Fora Temer gritan las paredes y los desahuciados kayasa y macoña
para olvidar la locura. Amen por la policía también que apunta y luego pregunta
como dicen los libros de un estado corrupto y golpista. Porque dios nos ama a
todos, o al menos eso dicen las remeras.
viernes, 21 de abril de 2017
lunes, 17 de abril de 2017
Vida (in) Sana
La
luz me cegó cuando oí el primer disparo. Reí en un mero acto de inconsciencia.
La segunda descarga dejó ver un aura de fuego y humo en la noche. El sonido se
escuchó por toda la montaña. Volví a reír. Era una declaración de principios.
Ya nada importaba realmente ¿Por qué no arriesgarse a que todo valga la pena?
Pensé. La respuesta era una verdad demasiado limpia como para pensarla con un
escopeta apuntándome directo a la cara.
Decidí dejar de reír. Al menos un poco. El camino de vuelta fue breve,
la pendiente no tanto. A veces uno no sabe cuándo está cayendo. El tercer
disparo no lo oí.
¿Cuánta
mediocridad hace falta para arriesgar la vida?
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