- Todo empieza robándose algo chiquito, bien pequeño, algo que
nadie va a notar, que esté al alcance de tu mano y que nadie va a saber que
fuiste vos. Empezas con unos anteojos, después los anteojos no alcanzan, ya
quieres algo más grande. Un día ves la tele que te gusta en una casa y pensas
¿Por qué no? ¿Por qué yo no puede tener eso? Y lo haces, y yo lo hacía con
gusto, porque creía que todo el mundo tenía la culpa de lo que me pasaba a mí.
Siempre me las
arreglaba para no volver a mi casa. No me gustaba estar ahí. Mi mama era
prostituta y trabajaba por las noches, y yo durante el día, me la pasaba en el
colegio entonces no la veía nunca. Me daba rabia que ella fuese prostituta y no
tuviese tiempo para mí, me daba rabia que me moliera a golpes sin razón. Era un
nene, no me tocaba eso a mí. ¿Qué hice yo? Me preguntaba mientras me cubría
cuando se metía en mi cuarto por las noches y se abalanzaba sobre mí - Hizo un
silencio y agachó la mirada en busca de una respuesta que no encontraría en el
piso, ni en ningún lugar – Mis papas estaban separados y a él lo veía poco, mi
papa solo tenía billete para putas y vino, y mi mama se la pasaba drogada
tirada en el piso de la cocina. A ninguno le importaba que notas sacara o que
quería para navidad. Guacho, a mi graduación de primaria no fue nadie, ninguno
apareció. Vos no tenes idea la pena que sufre un niño de doce años con algo así.
Todos estaban con sus familias, abrazados, sacándose foto, sonriendo felices y
yo, solo, con los ojos que me lloraban de la bronca. Ese día llegué a mi pieza,
cerré la puerta y me armé un porro. Desde esa noche no paso un día sin fumar
marihuana.
¿En
qué me iba a refugiar sino? ¿En qué? –
Volvió a preguntar mientras extendía las manos-
Me metía toda la droga que podía. Me juntaba con todos los malandras del
barrio porque cuando llegaba a la plaza o, a donde sea que estuviesen parando,
me abrazaban, me daban la mano y me preguntaban cómo estaba. Yo no sabía lo que
era eso, y pensaba “Guau,
estos manes me quieren más que en mi casa” y un día empecé a hacer lo que
hacían los manes que admiraba: Robar.
Así me crie, entre
putas y bandidos, con una pistola en la cabeza a los once años y una en la
cintura a los trece. Yo con una pistola me creía Superman. Es más te
digo, Superman me quedaba chico. Mientras los otros guachos de mi edad ponían
los dientes bajo la almohada y le hacían la cartita a Papa Noel, yo aprendía a
hacer balas con pólvora, dinamita y
cinta negra. Las presionaba, las metía en un mortero y bum! A los diez años ya le estaba tirando a los
gatos por ahí y a los once estaba fabricando balas en la cocina de mi casa y
tirándosela a la gente. A los once putos años.
Por Germán Rodriguez.