miércoles, 26 de diciembre de 2018

Navidad


-          Es fácil - dijo mientras pasaba sus manos por mi rostro.

Tenía razón, lo era y para ser honesto me asustaba un poco que lo fuese. Las palabras me ahorcaban y tuve que escribirlas para no olvidarlas. Por un segundo todo tenía sentido. Incluso la navidad y las copas llenas y los llantos de los niños que esperaban sus regalos. Todo parecía encajar. Ella parecía encajar. Eso también me daba algo de miedo. Caminamos con los pies descalzos. Era de noche pero la luna alumbraba como un sol extraviado entre las estrellas. Nuestros dedos se entrelazaron y por primera vez pude sentir la simpleza de la que me hablaba. La abrasé como si fuese para siempre. Deseando que lo fuera. Es fácil, susurré antes de dormir pero ella ya no estaba ahí. La Navidad había terminado. Las copas estaban vacías y los niños ya no lloraban porque ahora nada volvería a encajar.


Por Germán Rodriguez.



lunes, 17 de diciembre de 2018

Una pistola en la cabeza a los once y una en la cintura a los trece


-   Todo empieza robándose algo chiquito, bien pequeño, algo que nadie va a notar, que esté al alcance de tu mano y que nadie va a saber que fuiste vos. Empezas con unos anteojos, después los anteojos no alcanzan, ya quieres algo más grande. Un día ves la tele que te gusta en una casa y pensas ¿Por qué no? ¿Por qué yo no puede tener eso? Y lo haces, y yo lo hacía con gusto, porque creía que todo el mundo tenía la culpa de lo que me pasaba a mí.
Siempre me las arreglaba para no volver a mi casa. No me gustaba estar ahí. Mi mama era prostituta y trabajaba por las noches, y yo durante el día, me la pasaba en el colegio entonces no la veía nunca. Me daba rabia que ella fuese prostituta y no tuviese tiempo para mí, me daba rabia que me moliera a golpes sin razón. Era un nene, no me tocaba eso a mí. ¿Qué hice yo? Me preguntaba mientras me cubría cuando se metía en mi cuarto por las noches y se abalanzaba sobre mí - Hizo un silencio y agachó la mirada en busca de una respuesta que no encontraría en el piso, ni en ningún lugar – Mis papas estaban separados y a él lo veía poco, mi papa solo tenía billete para putas y vino, y mi mama se la pasaba drogada tirada en el piso de la cocina. A ninguno le importaba que notas sacara o que quería para navidad. Guacho, a mi graduación de primaria no fue nadie, ninguno apareció. Vos no tenes idea la pena que sufre un niño de doce años con algo así. Todos estaban con sus familias, abrazados, sacándose foto, sonriendo felices y yo, solo, con los ojos que me lloraban de la bronca. Ese día llegué a mi pieza, cerré la puerta y me armé un porro. Desde esa noche no paso un día sin fumar marihuana.  
¿En qué me iba a refugiar sino?  ¿En qué? – Volvió a preguntar mientras extendía las manos-  Me metía toda la droga que podía. Me juntaba con todos los malandras del barrio porque cuando llegaba a la plaza o, a donde sea que estuviesen parando, me abrazaban, me daban la mano y me preguntaban cómo estaba. Yo no sabía lo que era eso,  y pensaba  “Guau, estos manes me quieren más que en mi casa” y un día empecé a hacer lo que hacían los manes que admiraba: Robar.
Así me crie, entre putas y bandidos, con una pistola en la cabeza a los once años y una en la cintura a los trece. Yo con una pistola me creía Superman. Es más te digo, Superman me quedaba chico. Mientras los otros guachos de mi edad ponían los dientes bajo la almohada y le hacían la cartita a Papa Noel, yo aprendía a hacer balas con pólvora, dinamita  y cinta negra. Las presionaba, las metía en un mortero y bum!  A los diez años ya le estaba tirando a los gatos por ahí y a los once estaba fabricando balas en la cocina de mi casa y tirándosela a la gente. A los once putos años.

Por Germán Rodriguez.



miércoles, 14 de noviembre de 2018

Tres años en el camino


 En la mochila, agua y un libro. La remera cortada y algo de plata para la arepa, la tapioca o lo que sea  que se venda en la calle. Con los auriculares sonando. Caminado. Mirando alrededor. Así son mis días. Simples. Con menos en el bolsillo y más en la cabeza. Atravesando playas, ciudades, selvas, pueblos o desiertos. El caribe o el amazonas son lo mismo para mí. Parando en el mejor hostal o durmiendo en una estación abandonada al costado de la ruta. No importa mientras sea con las personas correctas. Porqué en tres años en el camino aprendí una cosa: Viajar es acerca de las personas. No se trata de playas de arena blanca y agua cristalina, ni  de animales exóticos o comidas afrodisiacas. Es sobre la gente que está a tu alrededor. Ellos son los que hacen a los lugares. Los que trasforman un arroz en la comida más rica del mundo o una simple caminata en el tour más adrenalinico. Ellos marcan la diferencia. Amigos tan efímeros como inolvidables que empiezas a admirar y te cambian para siempre. Y también aprendes, que soltar es parte de seguir adelante, de avanzar.  Porque la vida está en el movimiento y girarla es lo que le da sentido. Y yo decido hacerlo con todas mis fuerzas porque, a veces, una vida es demasiado poco para cumplir tus sueños y no creo que necesitemos tanto equipaje para ser felices.
Dejar ir es la mejor manera de crecer y también de viajar.

Por Germán Rodriguez.



sábado, 10 de noviembre de 2018

Hablemos


Hablemos de fracasos, de batallas perdidas, de decepciones y de amores imposibles. Hablemos de canciones tristes, de guitarras rasgadas, de cervezas derramadas. Hablemos de nosotros, de botellas rotas y de kilómetros perdidos, y así cuando no podamos más, cuando nuestros pechos se ahoguen en el silencio y nos obliguen a callar, hablemos de triunfos, del futuro, de ideas valientes y de las locuras que nos mantienen vivos. De vasos llenos, ilusiones frescas y de reencuentros. Hablemos de nosotros, de lo que podríamos haber sido, de lo que somos y de lo que fuimos. Hablemos y aunque no digamos nada te lo ruego, por favor, hablemos.


Por Germán Rodriguez.


sábado, 3 de noviembre de 2018

La revolución de los marginados


La culpa de clase está al acecho de la clase media (la clase alta ni siquiera tiene la decencia de sentir culpa) a toda hora y  la mitigamos  con acciones tontas, que nos hacen sentir parte de la sociedad que realmente ignoramos. Al ayudar a un ciego a cruzar la calle o al darle una moneda desde una camioneta calefaccionada a un chico que se está muriendo de frio en un semáforo. Eso nos hace sentir bien y hasta por un segundo pensamos que estamos cambiando algo. Que si todos hicieran algo así el mundo sería un lugar mejor.  Aleluya. Pero la verdad es que no cambiamos nada, que damos migajas de las migajas. Sobras de nuestras sobras.
Ellos lo ven, ahí crece el odio, en las acciones mediocres. En los gobernantes mediocres. En nuestra mezquina solidaridad adquirida de la televisión, de las curvas sensuales y los bailes baratos. Algún día van  a venir a tomar lo que es suyo y no va a haber migaja que los frene. Las balas no van a alcanzar tampoco. La revolución de los marginados salvarà al mundo.

Por Germán Rodriguez
Fragmento de mi segunda novela "Los días sin camino".



viernes, 12 de octubre de 2018

Putas y pobreza, parcero. (El lado b del caribe)

Allá  a lo lejos, donde no llega la wi-fi de los hoteles cinco estrellas, ni los sombreros de mimbre de los turistas, la basura se acumula como las putas en la plaza. Los venezolanos no dejan de llegar con niños y caramelos. Acogidos y extraviados duermen donde pueden. Viven y comen como pueden. Arepa o basura da lo mismo. Uno adivina a Caracas como la  nueva capital colombiana. El exilio es más real de lo que parece. El caribe es el hogar de los que menos tienen pero ellos no salen en la foto, la arena blanca se ve más bonita.
Con las patas embarradas y los ojos perdidos, así se cría la generación que viene. Recicladores de la cuna, porque de la basura se vive y se muere y ellos no paran de renacer. Ya son parte del paisaje. De la selva urbana. El arequipe de cada esquina. Gracias a Dios está el bazuco para olvidar, parcero.
El tiempo pasa y  las putas siguen ahí.  Cazando.  Pagando la carrera y la comida a punta de cartera y cocaína.
Mientras los chamitos se pasean con sus caramelos mirando como la vida les pasa por encima.
Acá no hay playas de agua cristalina, ni mojitos debajo de una palmera.  Acá las calles son un mierdero bien berraco y la cerveza se toma caliente. La gente duerme en cada sombra y la pobreza brilla más que el sol. Acá nada es turismo. Todo es realidad.


Por German Rodriguez
PH: German Rodriguez



lunes, 24 de septiembre de 2018

El proceso

Desde que se fue, todos los días intento dejar de amarla, como si olvidarla fuese una especie de ejercicio que solo con la práctica se hará posible. Dejar de pensarla, arrancarla de mi piel. Sé que sucederá, lo sé,  tan solo quiero acelerar el proceso. Odio los procesos. Son tan… aburridos. Nada es claro durante el proceso. ¿La queremos? ¿No la queremos? Todo es parte de lo mismo. Es algo necesario. El sufrimiento es obligatorio cuando se amó. No puedo negar eso. Ni a ella tampoco. Quizás negar sea parte del proceso también. Lo estoy haciendo o al menos creo que lo hago. Estoy perdido. No sé en qué parte estoy realmente ¿la quiero? ¿O no la quiero? Es confuso. ¿Es esa la pregunta? No lo sé. Estoy perdido de nuevo.

Por Germán Rodriguez.


jueves, 13 de septiembre de 2018

Los ojos más lindos del mundo


Levantó la mirada y no la pude olvidar jamás. Casi tres años después la volví a ver y se lo dije. Ella sonrió. Le conté la historia y volvió a sonreír. Los ojos más lindos del mundo. Ella seguía ahí, con sus artesanías, sus pequeños boteros y sus aros de pluma. La ciudad amurallada no sería lo mismo sino estuviese ahí, al menos, no para mí. Sus amigas se reían. Ella posaba y les contaba como no la pude olvidar.Tenía razón, no lo hice y tampoco podría hacerlo. 

Por Germán Rodriguez.



domingo, 9 de septiembre de 2018

Amalo si lo hiciste


-    - Jamás quise llegar a este momento – dijo con algo de nostalgia en sus palabras. En ese instante supe que había venido a despedirse, que el juego había terminado.
 Bueno, supongo que así son los finales. Tristes. Todos bastantes parecidos. Solo quiero que sepas que has sido importante para mí y cada tanto sigo leyendo la última carta que me escribiste o acariciando la foto que me regalaste aquel día en el parque. Porque aunque todos los finales sean más o menos iguales, los principios no lo son. Y nosotros sí que tuvimos un buen comienzo. El mejor de todos. Me quedo con eso y con el dolor de una historia incompleta. Tú puedes quedarte con el libro. El final no es tan triste como el nuestro.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Esto no era un cuento. Era la realidad. Los cuentos eran más divertidos, al menos para el que los escribe. Su última mirada creo que la recordare por siempre. Fue lo más real de toda nuestra relación.

Tomó el libro y se fue junto a Murakami. Jamás volvería a leer algo de ese tipo, pensé. Ahora necesitaba algo más fuerte que una cerveza. Algo más fuerte que todas las cervezas juntas del mundo. Me fui al bar de la esquina, la soledad no iba ayudarme. El mozo ya me conocía. No le agradaba demasiado. En cierto punto, no le agradaba demasiado al resto de las personas tampoco. Pedí un whisky. Odiaba el whisky. Me lastimaba la garganta. Ya había sufrido demasiado esa noche.

Por Germán Rodriguez.



sábado, 1 de septiembre de 2018

Taganga, capital de la prostitución infantil.


Hoy me detuvo la policía, algo bastante usual en mi estadía en Colombia, pero esta vez fue diferente y quiero trascribir el dialogo:
-          Disculpe señor, estamos haciendo una campaña para concientizar a la gente sobre la explotación sexual infantil en la costa. Si usted sabe o conoce de algún delito de esta clase, este es el número (114) al cual debe llamar para denunciar. – dijo mientras señalaba un banner y la fotógrafa aprovechaba ese momento para sacar unas fotos del policía adoctrinando al gringo.
-          Claro que sé dónde se comente ese delito, todos en Taganga lo saben.  – contesté.
-          Quizás a usted porque usted es turista, le llega esa información y a nosotros no. – se apuró en contestar intentando disuadirme.
-          Es allá – lo interrumpí señalando con la cabeza el lugar donde todos conoce que sucede ese aberrante delito, donde se prostituye a niñas menores de edad, se las droga, se las vende y nadie hace nada. Y pareciera que son solamente una atracción turística mas del lugar – y usted lo sabe.
Su mirada de desconcierto me alegró el día.
-          Usted lo sabe – volví a repetir - ¿Así esta bien la denuncia o tengo que llamar al 114?
-          Gracias por su tiempo – me cortó en seco.
      Lo miré y esbocé una sonrisa. Él bajó la mirada y se fue. Al fin y al cabo, qué más se puede esperar de un policía.
-          No, gracias por el suyo.

Por German Rodriguez.


sábado, 25 de agosto de 2018

Murakami (baila, baila, baila)


Bebía y leía. Murakami no era tan malo después de todo. Comenzó a agradarme. De todas formas me recordaba a ella. A decir verdad y odio admitirlo, todo lo hacía. Era viernes. Debía ir en busca de algo. Una mujer. Una pelea. Algo. Pasaba la mitad de mi tiempo sentado en algún bar, aun así, no me cansaba de ellos. Cada uno tenía algo que ofrecer.
-          Una cerveza –  No tenía demasiado dinero. Nunca quise tener demasiado dinero.
El dinero solo compra problemas. Alguien debía haber escrito eso ya. Yo solo tenía tiempo. Y lo desperdiciaba pensando en ella. Hace semanas que no sabía nada. Ya nada nos unía. Solo Murakami. Nunca nadie te va a pisar tan fuerte como vos mismo, pensé. Alguien debe haber escrito eso también. – Otra cerveza – El tipo de la barra se acercó e intento una conversación. Contesté con una sonrisa. Nada de lo que ese tipo pudiese decir me iba a importar. Salí a la calle. No quería estar ahí, ni en ningún otro lugar. Era de noche. Hacia frio, le di otra vuelta a mi bufanda negra de líneas rojas. Podría beber otra cerveza mientras caminaba, pensé. Encendí un cigarrillo. Me gustaba ver como el humo salía de mi boca y se mezclaba con las luces de la noche. Me hacía sentir importante. Vi a una pareja discutiendo en la calle. Ella parecía muy enojada. Era atractiva. Él no tanto. Pasé al lado, el hombre me miró avergonzado. Ella pareció no verme. Seguía gritando. –Ese podría haber sido yo-  susurré aliviado. Entré al bar de la esquina. El lugar era un basurero pero la cerveza estaba fría y eso era lo único que me importaba. No había música. El silencio acentuaba los sonidos de los borrachos.  A los verdaderos borrachos no les importa nada más que estar tomando, no quieren música, no miran el celular, no intentan hablar con una mujer, ni buscan respuestas a preguntas que nadie hizo. El bar es una especie de submundo para ellos. Una iglesia. El alcohol ha hecho más milagros que Jesús. Eso es un hecho. 
La puerta se abrió y se escuchó el sonido oxidado  de las bisagras. Una mujer entró y se sentó a mi lado en la barra. Pidió un whisky y comenzó a llorar. Era ella, la que estaba discutiendo en la calle. Me miró. Intenté esquivar la mirada pero estábamos demasiado cerca.
-          Son todos iguales. – afirmó con odio en su voz.
-          Creo que sí.
-          Son animales. – continuó mientras sus dedos  bailaban sobre el vaso – No saben lo que es el amor.
-          ¿Los animales?
-          Ustedes, los hombres.
-          No, no creo que lo sepamos, por eso somos más felices que las mujeres.
-          Usted no se ve muy feliz que digamos.
-          Porque yo si se lo que es el amor.
Su mano se acercó a la mía. Nos tocamos. Había algo en la textura de su piel que me llamó la atención. Intenté sostener la mirada pero algo me obligó a bajarla. Quise besarla pero no me animé a hacerlo. Sentí que sacar provecho de su vulnerabilidad no era justo ¿Pero acaso no es lo que hacen los hombres? Me pregunté. Sacó una lapicera del bolso, tomó la palma de mi mano y anotó su número. Tenía un buen pulso. Me tocó la frente y salió. Sonreí. Creo que había visto algo así en una película. Apuré la cerveza de un trago. Parecía que mi suerte empezaba a cambiar.


Por Germán Rodriguez.


martes, 14 de agosto de 2018

Ovejas Negras


 Disfuncionales. Así éramos. Total y absolutamente disfuncionales. Nada nos interesaba. Vivíamos en realidades opuestas y aun así la unión era perfecta. Nada de todo lo demás se interponía entre nosotros. Locos. Ovejas negras. Que perfecta es la locura cuando es compartida.  La perfección es eso. No más. Te pienso a cada momento. La locura es eso también. Sos vos, soy yo. Son todas las acciones irracionales del mundo. Somos eso. La locura de nuestro tiempo. La importancia de morir a tiempo. Eso somos. Oraciones cortas. Puntos seguidos. Eso. Sentimientos apagados sin sentido. Un perdón que no llegara jamás. Solo eso.

Por Germán Rodriguez





jueves, 9 de agosto de 2018

Baila, baila, baila


 Estaba sentada en el cordón leyendo un libro de Murakami, los autos le pasaban cerca pero a ella parecía no importarle. Sus lentes circulares le cubrían gran parte del rostro. Aun así se veía hermosa desde el otro lado de la calle. Me acerqué lentamente pensando demasiado en cada uno de mis pasos. Estiré el paquete de cigarrillos y tomó uno. Me alejé sin decir nada. Necesito una cerveza, pensé. Volteé al llegar a la esquina, y ella seguía sumergida en su libro mientras fumaba. Entré a un bar. - una cerveza - le dije al tipo de la barra. Él tampoco me miró y la apoyó frente mío. Luego de la quinta ronda. Me señaló mientras limpiaba unos vasos.
        -    ¿Una mujer?- preguntó.
-          ¿Acoso los tipos beben por otra razón?
-          Ya encontrara otra, así funciona.
-           Y también la perderé y me sentare en otro bar a beber todas las cervezas que pueda, así funciona.
-          ¿Quiere otra?
-          ¿Mujer o cerveza?
-          Es lo mismo.
Pagué justo y salí. Ella ya no estaba ahí, tampoco Murakami. Encendí un cigarrillo y caminé por el sol. Mierda -pensé- necesito otra cerveza. Entré a otro bar en el que todos parecían estúpidamente felices. No era un buen lugar para un borracho. Ordené una cerveza. La gente a mí alrededor me miraba y yo los miraba a ellos. Tenía una lista en el bolsillo de todas las cosas que tenía que hacer. No quería hacer ninguna. Lavar la ropa, comprar una bombilla. No era suficiente para mí, al menos no hoy. Pedí otra cerveza. La gente ya no se veía tan feliz. Brindé por eso. Volví a la calle, el sol estaba cayendo, se acercaba la mejor parte del día. Llegué a mi casa, abrí la puerta y ahí estaba ella, sentada en el sillón con su libro en la mano - estas borracho - dijo. – Creo que no todavía pero lo estaré en un rato - contestè pisando palabras.
Se levantó, se acercó con su cigarrillo en la boca y me besò. Sonreí. Fue lo más parecido a la felicidad que había sentido en mucho tiempo. - lo siento - susurré - no creo que pueda hacerlo. Me miré demasiadas veces al espejo para saber que no soy la persona que necesitas. Ni siquiera me respondió. Ambos sabíamos que era verdad. Se fue y esta vez era para siempre. Abrí otra cerveza, me acerqué a  la ventana y la vi marchar. Escupí, tiré la botella al otro lado de la calle y pensé que quizás esa noche si pueda escribir algunas líneas decentes.

Por Germán Rodriguez.



sábado, 28 de julio de 2018

Donde mueren los días

En la montaña, esta Ceviaca. Lejos del pueblo y del mundo, está Ceviaca. Ahí donde los mapas se terminan y el camino se dicta solo, están ellos. Los últimos 51 Coys Andinos que resisten el paso arrasador del tiempo. En sus caras, las raíces, las marcas ancestrales de la tierra y en sus ojos negros el orgullo nativo.
 Los niños corren y sonríen, juegan con cuchillos y hacen de la montaña su hogar. En Ceviaca las horas no existen, los años mucho menos. Allí nadie cuenta sus vueltas al sol, el sol lo hace por ellos.
 Sentada en la puerta de su hogar, esta Margarita con la pequeña Patricia en un brazo y el telar en la otra .Los techos de palma les dan sombra. Patricia tiene tres meses y su madre no más de doce años.
Nos miran, serios y sin ceño, y nosotros no podemos verlos. Aunque nuestros ojos se posen sobre los de ellos parecería que no están ahí. No vemos sus derechos ni sus raíces o quizás si las vemos y tan solo no las entendemos. No entendemos a sus Dioses, ni a su cultura.
Los andes nos invitan a desnudarnos de lo mucho que tenemos. Y ahí están ellos, sin nada, pero sin nada en serio, mirándolo a uno y viéndolo tan desnudo por la vergüenza que nada lo puede tapar. 

Por Germán Rodriguez.



sábado, 7 de julio de 2018

Amor ausente


-   La primera vez que me dijo te amo, fue como si mi respiración se paralizara. Como si mi universo solo se moviera a través de esas dos palabras. Quise responder con un sinfín de emociones pero nada salió de mi boca. Ni una sola palabra. No pude hacerlo. Esa expresión de amor, me había golpeado tan duro que no podía reaccionar. Me había noqueado con una sola mirada. Hubiese detenido el tiempo, el mundo en aquel instante. En aquella fracción de segundo donde ni siquiera las palabras existen. Así la recuerdo, a pesar de toda la mierda que vivimos juntos, la recuerdo con su mejor cara, con su sonrisa resplandeciente. La recuerdo tropezándose por la calle, levantando el menique para alzar el vaso, riendo de un chiste que no entendió o poniéndole mucho picante a la comida. En los detalles, la recuerdo en los detalles de mi día. En cierto punto, me acompaña. Eso es una especie de consuelo. Al menos lo es para mí.

P    Por Germán Rodriguez
F    Fotografía: Mara Sosti




sábado, 23 de junio de 2018

Jonatán y la muerte del prójimo.


La gorra inclinada le oculta la mirada porque hay cosas que nadie quiere ver, pero él lo hace de todas maneras, con los dientes sucios y el bigote mal afeitado mientras la vida sigue pasando y golpeando duro. Un Refugiado de su propio pueblo a los 22 años, ignorado por los suyos, abandonado por su familia. ¿Cuánta poesía hay en esa resistencia? Yo hubiese caído hace tanto tiempo.
Una historia clásica, una familia disfuncional, un padre borracho. La injusticia y la violencia entran rápido en la ecuación de los más chicos. ¿Todavía los seguimos culpando? A los siete años, ya vivía en la calle porque no hay edad para la inconsciencia.
-          Solo quiero paz – susurra con los ojos cristalinos y yo tampoco pude evitar llorar.
Ahí está el prójimo, tan cerca  tuyo que ni lo ves, tan cerca que apagar la tele no es una opción. Míralo bien, dale una mirada de cerca, se parece bastante a vos ¿no?, a tus amigos, a tu familia. ¿No lo entendes, verdad? No te preocupes la iglesia y el estado tampoco lo hacen. Nosotros no somos el prójimo porque en esta sociedad individual y controlada, el prójimo murió hace mucho tiempo, quizás desangrándose en la cruz.



Por Germán Rodriguez


jueves, 7 de junio de 2018

¿Te importaría caerte del mundo conmigo?


En cada abrazo, hay una ilusión. Y en cada ilusión, una esperanza ¿Por qué no nos dejamos caer?  Quisiera que tu fueses mi nudo para seguir atado al mundo o  a ningún lugar. 
Tú eres mi ilusión, mi esperanza y mi fantasía. Tú eres todo por lo que quiero luchar, por lo que quiero perder, caer y volver a levantarme. ¿Te importaría caerte del mundo conmigo? Porque caer no es un problema si lo hago contigo.
Aquí estoy, sentado solo, esperando alguna respuesta que me haga desatar este nudo llamado amor.

Por Germán Rodriguez.



John, de la basura a la realidad.



La mitad de la vida en el Bronx, la otra mitad en la cárcel.
Veni y háblame de oportunidades cuando te duele la panza. John desde los catorce que vive en la calle, ahora recicla y se cansa de que la gente no lo vea. Esa invisibilidad que cubre la marginalidad. ¿Por qué nos creemos más que ellos?
A las dieciocho le metieron una granada en la boca y a robar, mijo. Y no es una metáfora. ¿Qué tan de mentira parece la realidad cuando la miras con los ojos abiertos?
- Vi una embarazada de siete meses arder– me cuenta con una tristeza que se le escapa por los ojos – gritando, mientras el fuego la cubría, la derretía y  la quemaba junto a su bebe en un container de basura. Todo porque su marido debía plata. Eso pasaba en el Bronx. De algunas cosas no se vuelve, Don Germán. Y el fuego es una de ellas.
La calle es dura, más de lo que nosotros pensamos o podemos imaginar pero John si lo sabe y me lo dice mientras me pasa el bareto y los ojos se le llenan de lágrimas porque la  calle te quita mucho pero no las ganas de llorar.

Por Germán Rodriguez.



jueves, 31 de mayo de 2018

Ramón.


Ramón vive en La Candelaria, de basura y caridad. Se sienta en la esquina sobre su bolsa y ve el tiempo pasar y sí que pasa, parce.
Setenta y pico dice que tiene, porque ya hace rato que no los cuenta, pero sus arrugas marcan historias que lo hacen aún más sabio y más viejo.
Peón, obrero, zapatero, vendedor de fuegos, reciclador, ambúlate. No importa el oficio. Ramón camina de todas maneras, lento y con la espalda más que encorvada, porque la única manera de salir de la mierda es andando.
Y vive arribita de una iglesia y Dios me lo cuida y me lo cuida bien. Sonríe cuando come y siempre me llama de alguna manera diferente. Las palomas vienen y van y él sonríe, escupe y vuelve a sonreír porque la vida a veces es solo eso, un escupitajo mal acertado y una sonrisa sincera.

Por German Rodriguez



lunes, 21 de mayo de 2018

Presentación de Lire

Muy contento porque  "La mujer de mis sueños" forma parte de la nueva antología de Cuentos de la editorial Dunken. El libro se llama "Lire" y se presento este Domingo 20 de Mayo en las oficinas de la editorial en Argentina.

Acá les dejo el cuento:


http://participesdeloimpune.blogspot.com.co/2017/09/la-mujer-de-mis-suenos.html



viernes, 11 de mayo de 2018

Bienvenidos a Locombia


Me había hecho  fama de soportar las golpizas con cierto decoro y creo que eso les gustaba. Les excitaba. Los guardias nunca se repetían. Cada uno aprovechaba sus cinco minutos de desquite social a su gusto. Esas veladas a solas con ellos tenían su encanto. Había algo de romanticismo en eso. Para ellos era una especie de ritual. Para mí, el karma en forma de policía. Algunos solo me golpeaban y ni siquiera se preocupaban en mirarme. Lo hacían con desprecio, casi obligados. Otros solían insultarme antes de hacerlo, buscando excusarse. Pero los peores, los más violentos lloraban mientras  lo hacían, balbuceaban rezos y apretaban los dientes.  Me golpeaban hasta que sus propias manos comenzaban a sangrar. Luego le pedían a Dios que los perdonara por lo que habían hecho. No podía evitar sonreír y mostrar mis encías sangrando con cierta arrogancia, cuando me dirigían alguna palabra en inglés. Como si no supiesen que en Argentina se habla español. Eso los hacia enojar aún más - Ahora va a ver, gonorrea hijueputa, gringo de mierda - Tres noches podían detenerme, a las 72 horas se suponía que me deberían dejar ir. Pensé que iba a morir ahí. Al tercer día, un nuevo guardia entró a mi celda, este era mucho más viejo que los anteriores. El bigote no le dejaba ver el labio superior. Era gordo y honestamente no parecía policía, sino más un abogado o un juez. El pantalón se le caía y la corbata roja no le combinaba con la camisa. Me dijo algo al oído pero no lo llegué a entender. Esa fue mi última imagen de aquel calabozo en la CAI. Algo que jamás olvidaré y creo que todos los que alguna vez fueron detenidos recordarán el resto de sus vidas, es el olor. Ese hedor asqueroso que solo se encuentra en el fondo de una ratonera como esa. A partir de allí todo fue confuso, recuerdo que hubo unos gritos, y sillas que chocaban contra los barrotes, como una especie de motín, pero no podía ver nada. Tenía los ojos demasiado hinchados. Alguien me tomó del brazo y me puso una capucha. Cuando me la saqué el sol me dio directamente en la cara y me desperté en una  calle  lateral de La Candelaria, apenas a unos metros de donde me habían detenido. Con mi ropa rasgada, mis documentos en el bolsillo y el cuerpo repleto de hematomas. Todo parecía un sueño, uno de esos que nadie quiere soñar. Una sombra se acercó arrastrándose lentamente hacia a mí, bajé la cabeza y temí lo peor -  Bienvenido a Colombia – susurró suavemente el reciclador mientras me ayudaba a  levantarme y me ponía el bazuco en la boca.

Por Germán Rodriguez.




domingo, 6 de mayo de 2018

El amor en tiempos de psicólogos II


Piénsame. Imagíname. Dibuja con tus recuerdos mi barba crecida, mis ojos pardos y el pelo ondulado y enredado cayéndome sobre la cara.  Recordemos juntos. ¿Ya tienes la imagen? ¿La puedes ver con claridad? Esa imagen tan irreal, ese empolvado recuerdo plagado de amor y dolor, repleto de aventuras y tristezas, va a ser  la única manera en la que me tengas de nuevo, en la que vuelva a ser tuyo para siempre. Hoy el desafío es olvidar, borrar de mi cabeza tu figura, tus ideas, tus contradicciones. Sacarte de mis pensamientos. ¿Crees que puedes ayudarme con eso?  Tomemos aire. Respiremos de nuevo y exhalemos los recuerdos. Perdámoslos. Quememos nuestra vida juntos como lo hicimos con nuestros corazones, porque el fuego y el olvido a veces son la misma cosa.

Por Germán Rodriguez.



domingo, 29 de abril de 2018

El arte de dejar ir


Aun me tienes, ¿lo sabes, verdad? Solamente quería que lo sepas. Pero tú ya lo sabias, siempre lo has sabido. Me asusta saber que quizás no vuelva a verte y esa es toda la verdad que tengo. Ni una certeza más. Solo eso. Ese miedo abismal que se escapa en cada una de estas oraciones. Un miedo muy grande. Porque el amor duele también. ¿Lo has sentido? Porque tu dueles como el peor dolor que he sentido. Como una vida que se te escapa entre los dedos.  El mundo puede ser un lugar bastante escurridizo a veces y entre problemas y decisiones nunca elegiremos al amor.
Nos conocimos, sin querer hacerlo y asesinamos nuestros corazones en un segundo sin pensarlo. Yo era una persona detestable, un arquitecto del mal me dijo alguien alguna vez  y tu todo lo que alguien como yo no podría tener jamás. Eras todos mis sueños rotos.
Nos  despedimos, sin decir mucho,  te miré y me esforcé en decir lo correcto, pero hay veces que un abrazo es más prometedor que todas las palabras acertadas del mundo.  Te sostuve fuerte en mis brazos, ¿Lo recuerdas? Parecía que te ibas a quebrar,  tus pies se despegaron del suelo y tus cabellos invadieron mis ojos. Hay palabras de las que uno no se recupera jamás. De las que uno no se puede escapar. Adiós es una de ellas. Creo que por eso odio tanto las despedidas.

Por Germán Rodriguez.




martes, 24 de abril de 2018

Despedida

Me voy solo, sin abrazos, ni llantos de despedida, sin nadie a quien saludar con la mano volteando. Me voy de la misma manera en la que mañana llegaré, solo, con mi mochila y mis sueños en la espalda.

Por Germán Rodriguez.


martes, 17 de abril de 2018

Nova vida


Acá se pisa fuerte o no se pisa. Porque acá se respira fútbol y del bueno. Del que se juega descalzo y sin camiseta. Del de la pelota prestada y los arcos de madera. Embarrados. Los nativos para un lado, los gringuitos pal otro. Los locales ponen la chapa en juego, nosotros la jeta. Y allá se mueve la pelota, contra la línea que no se ve, al borde del paredón. En la primera, la pata siempre se deja. Se juega a ganar pero un caño nunca se puede negar. Con la suela, como son los de verdad y mirando para otro lado. Canchero. Ya después de ahí, los goles no importan más, porque el fútbol es más que eso. Ellos ríen y nosotros también. Algún aplauso se escucha por atrás y unas palabras al viento que son como ganar la copa del mundo. Esa alegría que solo trasmite una linda pisada, un gesto diferente. Nos abrazamos y brindamos con una gaseosa bien barata. Creo que lo entendimos todo. 

Por Germán Rodriguez.



jueves, 5 de abril de 2018

¿Por qué viajo?


Creo que me he hecho esa pregunta muchas veces y la respuesta nunca ha sido la misma, pero creo que hoy si puedo responderla, o al menos intentarlo. Lo hago, porque en viajar encontré mi mejor manera de disfrutar la vida, de mixturar sabores y experiencias. Porque con solo animarme descubrí nuevos y mejores placeres. Navegué el Amazonas durante dos semanas y me disfracé de calavera por el día de los muertos en DF.  Me colé en las catedrales de Cusco y me deslicé por las dunas del desierto de Ica. Aprendí a hablar portugués y a pescar desde los muelles de Bùzios. Examiné las minas malditas de Potosí y recorrí las ruinas Mayas y Aztecas. Acampé en la ruta, en la playa y junto al rio. Nadé con delfines y desayuné con monos en Pipa. Me perdí por Santarem y jugué al futbol con los nativos de la comunidad indígena Nova vida.
Caminé por todo el malecón de Guayaquil sin insolarme y me tiré de las cachoeiras más altas de Sana. Me llené de libros en la feria de Bogotá y llegué a la cima de la isla del sol. Alenté a Racing en Cali y perdí la cabeza con Black Sabbath en Curitiva. Saboree arepas, burritos, tapiocas y patacones por primera vez. Me volví adicto a la yuca y al açai también. Masqué coca y fumé cripi. Me emborraché con agua ardiente en Santa Marta,  con catuaba en Maceio, con singani en La Paz y con pulcre en Guanajuato. Vi salir el sol por el pacífico y esconderse por el atlántico. Viví con un millonario en Salinas y dormí en la calle en el nordeste Brasileño. Tomé el tren de la muerte y sobreviví. Entonces, por eso viajo, para animarme, porque por animarme sonrei, amé, lloré, viví.

Por German Rodriguez.