sábado, 16 de noviembre de 2019

Cuatro años en el camino


Durante mí adolescencia leí decenas de libros sobre viajeros. Sobre personas que abandonaban su suerte en el camino. Los admiraba. Sus aventuras me hacían imaginarme cruzando ríos repletos de cocodrilos, escalando montañas por la noche bajo temperaturas bajísimas o haciendo dedo sin saber dónde me dirigía.

¿Por qué no yo? ¿Que tenían esos personajes ficticios que yo no tenia?

Podría hacerlo, pensé. Iba a hacerlo. Y carajo, sí que lo hice.
Hoy se cumplen cuatro años desde que salí de mi casa por última vez para averiguar qué había ahí afuera. Fue una decisión que tardé un tiempo en procesar. No fue fácil, pero sabía que tenía que hacerlo. No hubiese podido vivir conmigo mismo de otra manera. Decidí abandonar mi mundo de estructuras y prejuicios, y comenzar a viajar.

Al principio, todo era incertidumbre, no sabía si serian seis semanas, diez meses o dos años. Tampoco como ganaría el dinero para moverme u hospedarme. Tan solo no lo sabía. Eso me asustaba. Era algo nuevo para mí. El  miedo a no saber que podría encontrar me atormentaba y, honestamente, no quería volver y sentir que había fracasado en mi sueño.

Pero había otra cosa que tampoco sabía: Que me iba a enamorar del camino y del mundo, y de las personas que han compartido un ratito de su tiempo conmigo. A ellos solo les quiero decirles gracias por ser parte de mí vida.  Viajar es sobre ustedes, sobre la empatía de compartir. Ustedes son quienes mueven mi mundo.

Hoy llevo 1461 días moviéndome con el corazón y cada día me sigo sorprendiendo. Pienso que hace esa exacta cantidad de días tomé la decisión más acertada de mi vida. Gracias a eso, me simplifique. Encontré la anarquía en soltar lo que todo el mundo anhela poseer.

Hoy me encuentro escribiendo este texto en un callejón oscuro de República Dominicana mientras una veintena de niños saltan a mí alrededor. Acá no hay luz eléctrica, ni agua potable, se quema basura para alejar a los mosquitos y los animales andan sueltos por la calle. En esta situación por demás precaria, siento que no puedo pedir nada. Que estoy donde quiero estar. Que tengo todo lo que alguna vez soñé. Ellos, como tantos otros, me enseñaron lo poco que se necesita para ser feliz. Me mostraron la empatía que me permitió ser feliz con la felicidad de los demás. Pensar menos en uno mismo. Experimentar en carne propia estás carencias, no te hace más aventurero, ni más valiente, te hace más humano, te lastima, te duele y te va hacer llorar de impotencia por qué entendés que viajar no es un concurso de popularidad en instagram, ni playas paradisíacas con agua cristalina, es chocarse con la realidad. Una realidad cruel e injusta que se lleva puestos a los que menos tienen.


Por Germán Rodriguez.