domingo, 29 de abril de 2018

El arte de dejar ir


Aun me tienes, ¿lo sabes, verdad? Solamente quería que lo sepas. Pero tú ya lo sabias, siempre lo has sabido. Me asusta saber que quizás no vuelva a verte y esa es toda la verdad que tengo. Ni una certeza más. Solo eso. Ese miedo abismal que se escapa en cada una de estas oraciones. Un miedo muy grande. Porque el amor duele también. ¿Lo has sentido? Porque tu dueles como el peor dolor que he sentido. Como una vida que se te escapa entre los dedos.  El mundo puede ser un lugar bastante escurridizo a veces y entre problemas y decisiones nunca elegiremos al amor.
Nos conocimos, sin querer hacerlo y asesinamos nuestros corazones en un segundo sin pensarlo. Yo era una persona detestable, un arquitecto del mal me dijo alguien alguna vez  y tu todo lo que alguien como yo no podría tener jamás. Eras todos mis sueños rotos.
Nos  despedimos, sin decir mucho,  te miré y me esforcé en decir lo correcto, pero hay veces que un abrazo es más prometedor que todas las palabras acertadas del mundo.  Te sostuve fuerte en mis brazos, ¿Lo recuerdas? Parecía que te ibas a quebrar,  tus pies se despegaron del suelo y tus cabellos invadieron mis ojos. Hay palabras de las que uno no se recupera jamás. De las que uno no se puede escapar. Adiós es una de ellas. Creo que por eso odio tanto las despedidas.

Por Germán Rodriguez.




martes, 24 de abril de 2018

Despedida

Me voy solo, sin abrazos, ni llantos de despedida, sin nadie a quien saludar con la mano volteando. Me voy de la misma manera en la que mañana llegaré, solo, con mi mochila y mis sueños en la espalda.

Por Germán Rodriguez.


martes, 17 de abril de 2018

Nova vida


Acá se pisa fuerte o no se pisa. Porque acá se respira fútbol y del bueno. Del que se juega descalzo y sin camiseta. Del de la pelota prestada y los arcos de madera. Embarrados. Los nativos para un lado, los gringuitos pal otro. Los locales ponen la chapa en juego, nosotros la jeta. Y allá se mueve la pelota, contra la línea que no se ve, al borde del paredón. En la primera, la pata siempre se deja. Se juega a ganar pero un caño nunca se puede negar. Con la suela, como son los de verdad y mirando para otro lado. Canchero. Ya después de ahí, los goles no importan más, porque el fútbol es más que eso. Ellos ríen y nosotros también. Algún aplauso se escucha por atrás y unas palabras al viento que son como ganar la copa del mundo. Esa alegría que solo trasmite una linda pisada, un gesto diferente. Nos abrazamos y brindamos con una gaseosa bien barata. Creo que lo entendimos todo. 

Por Germán Rodriguez.



jueves, 5 de abril de 2018

¿Por qué viajo?


Creo que me he hecho esa pregunta muchas veces y la respuesta nunca ha sido la misma, pero creo que hoy si puedo responderla, o al menos intentarlo. Lo hago, porque en viajar encontré mi mejor manera de disfrutar la vida, de mixturar sabores y experiencias. Porque con solo animarme descubrí nuevos y mejores placeres. Navegué el Amazonas durante dos semanas y me disfracé de calavera por el día de los muertos en DF.  Me colé en las catedrales de Cusco y me deslicé por las dunas del desierto de Ica. Aprendí a hablar portugués y a pescar desde los muelles de Bùzios. Examiné las minas malditas de Potosí y recorrí las ruinas Mayas y Aztecas. Acampé en la ruta, en la playa y junto al rio. Nadé con delfines y desayuné con monos en Pipa. Me perdí por Santarem y jugué al futbol con los nativos de la comunidad indígena Nova vida.
Caminé por todo el malecón de Guayaquil sin insolarme y me tiré de las cachoeiras más altas de Sana. Me llené de libros en la feria de Bogotá y llegué a la cima de la isla del sol. Alenté a Racing en Cali y perdí la cabeza con Black Sabbath en Curitiva. Saboree arepas, burritos, tapiocas y patacones por primera vez. Me volví adicto a la yuca y al açai también. Masqué coca y fumé cripi. Me emborraché con agua ardiente en Santa Marta,  con catuaba en Maceio, con singani en La Paz y con pulcre en Guanajuato. Vi salir el sol por el pacífico y esconderse por el atlántico. Viví con un millonario en Salinas y dormí en la calle en el nordeste Brasileño. Tomé el tren de la muerte y sobreviví. Entonces, por eso viajo, para animarme, porque por animarme sonrei, amé, lloré, viví.

Por German Rodriguez.