jueves, 5 de abril de 2018

¿Por qué viajo?


Creo que me he hecho esa pregunta muchas veces y la respuesta nunca ha sido la misma, pero creo que hoy si puedo responderla, o al menos intentarlo. Lo hago, porque en viajar encontré mi mejor manera de disfrutar la vida, de mixturar sabores y experiencias. Porque con solo animarme descubrí nuevos y mejores placeres. Navegué el Amazonas durante dos semanas y me disfracé de calavera por el día de los muertos en DF.  Me colé en las catedrales de Cusco y me deslicé por las dunas del desierto de Ica. Aprendí a hablar portugués y a pescar desde los muelles de Bùzios. Examiné las minas malditas de Potosí y recorrí las ruinas Mayas y Aztecas. Acampé en la ruta, en la playa y junto al rio. Nadé con delfines y desayuné con monos en Pipa. Me perdí por Santarem y jugué al futbol con los nativos de la comunidad indígena Nova vida.
Caminé por todo el malecón de Guayaquil sin insolarme y me tiré de las cachoeiras más altas de Sana. Me llené de libros en la feria de Bogotá y llegué a la cima de la isla del sol. Alenté a Racing en Cali y perdí la cabeza con Black Sabbath en Curitiva. Saboree arepas, burritos, tapiocas y patacones por primera vez. Me volví adicto a la yuca y al açai también. Masqué coca y fumé cripi. Me emborraché con agua ardiente en Santa Marta,  con catuaba en Maceio, con singani en La Paz y con pulcre en Guanajuato. Vi salir el sol por el pacífico y esconderse por el atlántico. Viví con un millonario en Salinas y dormí en la calle en el nordeste Brasileño. Tomé el tren de la muerte y sobreviví. Entonces, por eso viajo, para animarme, porque por animarme sonrei, amé, lloré, viví.

Por German Rodriguez.



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