Allá afuera,
lejos de tu zona de confort y de la burbuja social que te acorrala, te
encuentras con más que montañas y lagos, playas y mares. Allá fuera se agudizan
los sentires y las agallas. Te redescubres macabro y solitario agrietado por el
tiempo. Te reencuentras con lo que solo habitaba en tu cabeza y abrazas a las
personas que solo amaste en sueños. Las tradiciones te invaden ineludibles y
certeras. Por un momento, olvidas quien eras para transmutarse en un extraño,
en un forastero. Desconoces tu nombre porque fuiste Cholo, Güero, Parcero, Gringo y Carnal. Sembraste arroz en la altura, cargaste bultos tan pesados que
meses atrás hubiesen roto tu espalda, dormiste en la nada y pescaste en los
lagos más bellos del mundo. Te emborrachaste en Guanajuato, fuiste preso en
Bogotá, festejaste el día de los muertos en el Zócalo y te perdiste por las
calles de Cali. El golpe cultural te cambió, absorbió una parte importante de
tu corazón. Te pisotearon, maltrataron y no te importó. Escupieron sobre tus
valores y solo lograron arraigarlos más. Y aun cuando cierras los ojos,
recuerdas las interminables partidas de ajedrez en Cusco, los atardeceres de la
Rivera Nayarit y el fútbol callejero del DF. Conociste a las personas más
asombrosas del mundo y la bondad se resignificó en tu diccionario gracias a
ellos. Aprendiste a decir 'te amo' en danés y a insultar en francés.
Descubriste un universo nuevo de sabores y sensaciones. Con el paso del tiempo
caíste en cuenta de que no viajaste. Viviste en movimiento. Diste un giro
copernicano y te conciliaste contigo mismo.
Por Germán Rodriguez