- No extraño su forma de ser conmigo, ni su manera
de reír. Tampoco sus gritos cuando se enojaba, o su modo de tratarme frente a sus
amigos. Nada de la cotidianidad en lo que nos habíamos transformado. Extraño
algo mucho más sencillo. Primitivo. Extraño su piel chocando contra la mía.
Extraño un abrazo donde, por un segundo, nada, absolutamente nada, más importe.
Que si tuvieses que morir en aquel instante, estaría bien. Echo de menos eso.
Morir en cada abrazo. Porque cuando encontras esos brazos, ese entrelace
perfecto, ya todo lo demás deja de importarte.
Por Germán Rodriguez.