lunes, 11 de septiembre de 2017

La mujer de mis sueños

La primera vez que la soñé estaba sentada en un bar, tras ella había un cielo perfectamente estrellado.  Usaba  un sombrero de cuerina rojo y  nada tenía mucho sentido. Recuerdo que el mozo era muy alto y casi que no se le podía ver la cabeza. Me senté justo a su lado. Intenté en vano cruzar una mirada pero ella parecía no verme. Irresponsablemente le dije que la amaba, pero tampoco lo dije, al menos no en palabras.  Cuando desperté tenía la boca seca como si hubiese estado hablando toda la noche pero no recuerdo ni siquiera haber pronunciado alguna palabra en el sueño.  La segunda vez todo se repitió de la misma manera, solamente el mozo cambió. Un tipo gordo, sin pelo y de bigote blanco fue quien me trajo una copa esta vez. Ella seguía sin mirarme. Le dije que la amaba ahora y que eso era mucho más que para siempre. No respondió. Mis estrategias variaban sueño a sueño, noche a noche pero la reacción era siempre la misma. Ella jamás levantaba la mirada. Durante el día me desvivía planeando como hacer  para llamar su atención de una vez por todas. Algunas  noches no la soñaba y todo parecía una pérdida de tiempo. Pero una noche fingí caerme sobre la mesa y sus ojos se toparon con los míos. En un instante, la vi avejentada como nunca pensé que la vería. A cada segundo sus arrugas se acentuaban más y más, sus dientes se caían y su cabello parecía desaparecer como una marea en retroceso.  Entonces la perdoné y olvidé de una vez por todas porque la vida nos había separado. A veces, tan solo a veces, la vuelvo a cruzar pero ya no intento mirarla a los ojos, ni decirle que la amo. Tampoco intento tomarla de la mano, ni decirle que todo es un sueño.

Por German Rodriguez.