sábado, 11 de junio de 2016

En Cusco

En Cusco el mundo gira diferente, se mantiene cuadrado con incipientes precipicios por los lados. Los santos pasean y marchan en la octava de una ciudad que no extradita sus creencias y los nenes se visten de gala para cargar y servir sobre sus hombros a las figuras que durante siglos los traicionaron. Se caen y se vuelven a levantar porque eso les enseñaron. A Resistir.
 Con siete años Carlos Andrés vende sus crucecitas en la Plaza de Armas y la experiencia le escupe la cara y el frió le eriza los cachetes. Mientras Ollantay
sigue llorando, con los pies en el río clamando un perdón impune.
Todos cantan y bailan porque es domingo. Porque se olvidan un poquito de todo. Y allí está el, con sus crucecitas y los pies hinchados, empapado de vergüenza, victima ejemplar de una vida abandonada. Las catedrales se erigen en pie como centinelas de piedra y frente a todos, el falso divino señor vigila de cerca que nadie le falle al Espíritu Santo de la codicia y la ambición.
-Tome mi chibolito, por si la fe le falla – le dijo su abuelito y le entregó su primer cuchillo. Porque en Cusco, la fe suele fallar. Los malandras no visitan el mercado, ni el baratillo. Profanan tradición desde los barrios altos. Condenados por sus propios libertadores. Explotadores de explotados. Arrodillados indemnes ante las astucias generacionales del patrón. Callados y soportando el abuso. Interiorizando vehementemente la sumisión clasista que los hunde en los eslabones perdidos de la globalización. Cargando con sus mantas recuerdos que se olvidaran en el último piso de una oficina espejada. La mamita le abraza y le extiende una mano.   – ¿Cómo le fue mijo?- Pregunta entre frazadas y ollas. Sabe que hoy tampoco la comida alcanzara para todos.
Las balas en los conventillos, son rasguños en la historia de un pueblo que se cansó de pelear. Que se entregó a un sistema que solo lo ve como una postal. Como una fotografía barata. Como una cabrita en la sierra. Como un chiquito vendiendo crucecitas.
Pero los niños ríen en Cusco y en todos lados. Por qué entienden un poquito más que todos nosotros. Ellos saben que todo es mentira. Que el mundo no es más que una pirámide de cartas, milimétricamente construida que, tarde o temprano, se va derrumbar.

Por Germán Rodriguez.




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