miércoles, 8 de junio de 2016

El duro oficio de explicar frustraciones


Todos en el pueblo sabían quién era Tomas Albarenque, sabían que era un hombre rudo y de pocas palabras. También sabían que era viudo y  que no tenía hijos y que  solía emborracharse los viernes por la tarde en la taberna del centro.
Los campesinos admiraban su pulcritud e intelecto por eso acudían a él tanto por concejos existenciales como por maniobras para arreglar la mesada de la cocina. Tomas rondaba los sesenta años y su físico lucia demasiado desmejorado para su edad. Pese a las recomendaciones de su médico solía involucrarse  en peleas callejeras o delitos menores que perjudicaban su ritmo cardíaco.
Los niños lo respetaban por su destreza con los naipes y los adultos por su facilidad de palabra. Tomas solía sentarse en la plaza a dar charlas abiertas sobre el Taoísmo, las  reglas milenarias del oriente o la formación de Gimnasia Esgrima de la Plata en el campeonato del ´55. Siempre acompañado de una botella de vino y de su perro, Poe. Poe era un lazarillo callejero que hacía caso omiso a todas las palabras de su dueño excepto a “die” donde el can al escucharla automáticamente sobreactuaba una muerte repentina.

-          Si pudieras vender tus sueños ¿lo harías? – preguntó al niño, de no más de ocho años, que lloraba en la vereda.
-           
El jovencito rápidamente afirmó con la cabeza mientras secaba las lágrimas con la manga de su camisa.

-          Toma entonces esta moneda y ve a comprar aquella chapita que tus padres te  han negado. Pero recuerda que por la noche ninguna imagen te visitara. Ya no tendrás sueños. Tus sueños serán míos como tuya será aquella chapita. ¿Tenemos un trato?

El niño abrió sus ojos pero no se animó a tomar la moneda de entre las manos del filósofo callejero.

-          Piensa pequeño ¿Existe el mundo si no lo vemos? –  dijo recurriendo a filosofía barata de revista del corazón. ¿Existen los sueños sino los soñamos?- Con un breve movimiento la moneda desapareció de la palma y apareció entre sus dedos -¿Quieres aun tomar esta moneda, niño?  ¿Dicen que soñar por las noches es lo que evita que nos volvamos locos? Yo hace mucho tiempo que ya no sueño.

            El niño no tardó en correr a su casa.

La oscuridad de la noche era compensada por la inesperada alta, demasiado alta temperatura. Serio, sin sonreír. Entró a la Taberna de Don Ernesto y ubicado en su ya habitual lugar al borde de la barra. Pidió dos cervezas.

- Esos efímeros momentos espontáneos. – Dijo al hombre detrás del mostrador- Aquellos que parecen perfectamente planeados ya que son inmejorables. ¿La vida son aquellos pequeños trocitos de felicidad divididos en anaqueles de normalidad? ¿Quiere la felicidad? Pues, ve buscala en los recuerdos efímeros, en aquellas exageraciones y vanidades que nunca existieron, y entonces pregúntese ¿Por que las creamos en primer lugar?, pues claro, simple, son estas ilusiones las que dan vida a lo que nunca fue. ¿Lo ve?

-          Son doce pesos, eso veo.

-          Los recuerdos no existen, nunca existieron ¿No lo ves?

-          Son doce pesos – Repitió haciendo gala de su habilidad para limpiar la barra.

-          Sírvase. – Musitó mientras le estrechaba la mano al mozo – Hoy Raúl, le voy a pagar con palabras, le diré algo que le servirá mucho más que los doce pesos que le adeudo. Le aconsejaré y solucionaré cierta parte de su existencia. ¿Acepta?

-          No, dame la guita Tomas.

-          No, no te doy nada.

-          Tomas, si no me das la gui….

-          Yo se – balbució hermético y evasivo -  en que avenida converge su soledad.

-          En la avenida de la puta que te parió converge. Ahí.

-          Se porque, no visita a su madre en el asilo y por que su señora escapó del pueblo. Se que….

-          ¿Que mierda sabes vos? Mira como estas vestido, todos se te cagan de risa en el pueblo. Sos un viejo zaparrastroso.

-          ¿Viejo zaparrastroso., yo? A mi la gente se me acerca a escucharme  hablar, vienen por consejos, para saber cosas.

-          Se te cagan de risa. Eso hacen.

-          ¿Vos sabes quien era el centrofobal de Gimnasia en el metropolitano del 56?  O ¿Quien era Antonio De Mare? ¿eh sabes? No, seguro que no, por que no sabes un carajo. ¿Ni debes saber quien era Groucho Marx?

-          No… Me importa un carajo Graucho o Graucha.  Y si los cagaba a goles a todos, me importa un carajo también. – Amenazó mientras se arremangaba la camisa -Dame la guita por que te voy a cagar a trompadas.

-          No, no te doy nada.

-          Ándate a la mierda. Volá de aca.  Y haceme el favor y  métete las palabras y  a Graucho y a Graucha en el culo.


-          ¿Sabes que? Se también por que tu mujer te engañaba con…..



En una infinitesimal fracción de segundo y sin incurrir en analogías forzadas ni en complejos  argumentos, Raúl le aplicó un cross de derecha que impacto sin escalas previas en la mandíbula del filósofo. A partir de aquel día Tomas Albarrenque ya no se emborrachó los viernes por la tarde, ni dio concejos a desconocidos. Tampoco volvió a querer pagar con palabras baratas.

Por Germán Rodriguez.



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