domingo, 5 de junio de 2016

No lo tomes personal


La cristalina agua de la ducha caía sobre mis cabellos, y mis manos terminaban de enjuagar el shampoo que se escurría por todo mi cuerpo.- ¿Era ella el amor de mi vida? ¿La deje pasar por miedo a enamorarme?-Izquierda, izquierda, cross, derecha abajo. Mis sentimientos y mis pensamientos se mezclaban, se entrelazaban de tal manera que ya no los podía diferenciar. Apenas faltaban unos días para mi debut boxístico y solo podía pensar si mis miedos derrotarían al rival o terminarían por tirarme a la lona a mí. Me encontraba solo en el gimnasio, la bolsa divagaba ondulante como burlándose de mi. La pera aún daba señas de mi último golpe y el sonido de la soga ya había desaparecido por completo en el silencio de la noche. Pocas luces iluminaban ningún lugar. Sabía que todo estaba ahí, en la oscuridad, y allí estaría esperándome la mañana siguiente. Pasaba más tiempo en el gimnasio que en mi casa, veía más a mi entrenador que a mis padres. Ese era el deporte que había elegido. A veces, pensaba en dejar todo. La fragilidad de mi nariz me preocupaba, la velocidad de mi puteo no era la ideal sin embargo me sentía confiado. Confiado como un perro en el parque. Sabía que dependía de mí. La guardia arriba, espía entre los guantes, analízalo, se descuida abajo, abre mucho la derecha, no es tan rápido como piensa que es. Pega, Pega, Pega. Arrincónalo. Se sucio como te dijeron que fueras. Pega, seguí pegando, pega. Todos los días pasaba por la puerta de su casa, como quien se convence que aquel es el único camino. Por supuesto que había miles de caminos diferentes. Vendaba mis manos, fingiendo distracción, soñaba que quizás ella esté asomada en alguna  ventana. Mirándome, esperando que yo pase por ahí pero creyendo que pase de casualidad. Mantenía la mirada en el piso, en esas tristes baldosas grises que ya conocía de memoria. Jamás me animé a levantar la vista frente a su casa. Cuando suene la campana se van a terminar los nervios, me decía a mi mismo. Esperaba que ese dulce sonido terminara con todos mis miedos. 


- El boxeo no es sobre dar y recibir golpes, pibe. Tampoco es sobre quien permanece más tiempo en la lona. No es sobre una buena defensa o sobre una izquierda veloz. El boxeo ni siquiera es acerca del boxeo. El boxeo es sobre orgullo, sobre amor propio. -


 Que sensación tan extraña, no se si es emoción o miedo, a veces suelo confundirlas. Lo cierto es que ya tenía el nombre de mi rival en la cabeza, sabia  como seria la pelea y que debía hacer para ganarla. El problema era saber si tenía lo necesario para hacerlo. Un flaco alto de cross pesado y lento. Debía andar por el metro noventa. Aunque no estaba acostumbrado a pelear con pibes de su altura me parecía interesante debutar con una pelea distinta. Confiaba demasiado en mi gancho de derecha. Sabía que en algún momento entre el segundo y tercer round lo podría meter con claridad. Hace mucho que ya no pensaba en ella todo el tiempo, pero a decir verdad todavía me rebota un poco en la cabeza. A pesar de que ya habían pasado muchos años. Me acostaba por las noches pensando si ella se acostaba aun pensando en mí.  En los senderos rocosos que recorrimos de la mano el día que paseamos por la sierra o en los desayunos al borde del mar. El flaco venia con el envión de la pelea ganada la semana pasada. Yo con tres semanas de doble turno encima. El nunca me había visto pelear, yo ya lo tenia fichado y se la había junado en cierta manera. -No te lo tomes personal – Te dicen todos cuando te subís al ring. Claro, el otro no me había hecho nada, pero durante los próximos tres minutos va a intentar hacerlo. Así, que el “no te lo tomes personal”, no entraba en mi diccionario. Yo me lo tomo en serio como si ese hijo de puta, ese flacucho que jamás había visto en mi vida hubiese acometido contra la vida de ella. Contra el amor de mi vida. Así me lo tomo yo. En las madrugadas antes de dormir contaba las horas, los rounds, los gramos. Me imaginaba ahí, sobre las cuerdas, manos arriba. Aguantando, aguantando todo lo que me tiraran. Y ahí el gancho abajo de derecha, después el izquierdo. Cross de derecha y a la lona. A contar juez, y a otra cosa.Pero sabía que no pasaría. Mi pelea era la cerebral, la de los puntos.
 El estadio rebalsada de gente, las localidades se habían agotado, la ciudad y el mundo boxístico local esperaba con ansias el evento. Las peleas preliminares se desarrollaron con normalidad pese a la cantidad exagerada de nockouts en los dos primeros rounds. Mi nombre sonó en los altos parlantes y los abucheos no se hicieron esperar.  Los insultos bajaban de la platea como el agua de una catarata. Mi rival, el local, revoloteaba en el cuadrilátero como una abeja en cautiverio.
 Con el pantalón casi arrimándose al final de mis rodillas, los guantes azul azabache de cuero bien ajustados y las improvisadas botitas Niké blancas que apresaban mis tobillos. Me apresuré a traspasar las cuerdas y con un breve salto subir a aquel gigantesco escenario boxístico. El juez dió comienzo a aquella misa aludiendo a nuestros buenos principios. Los guantes se chocaron con violencia y el sonido de la campana puntualizó el comienzo. Sin mediar punteos, ni falsas mediciones, nos envolvimos rápidamente en una fugaz  tormenta de golpes. Crosses devenidos a swings y combinaciones improvisadas hacían gala de un espectáculo digno de cualquier esquina de bar. Los abrazos se hacían necesarios y la búsqueda del hígado una peregrinación constante. Las cuerdas sostenían su cuerpo y su defensa parecía endeble, más ahora que los rounds anteriores. Pensé, analicé y teoricé un cross de izquierda. Uno. Dos.  Tres. Contaba enérgicamente el juez sobre mi cuerpo desparramado sobre la esquina en la que operaba mi entrenador. Me apresuré a levantarme, mostré mis guantes extendidos y simulé no haber caído pero sabia, tenia la absoluta certeza que había perdido, que en aquel derechazo voleado había perdido la pelea. Ella ya no me amaba. 


Por Germán Rodriguez.


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