Levantó la mirada y no la pude
olvidar jamás. Casi tres años después la volví a ver y se lo dije. Ella sonrió.
Le conté la historia y volvió a sonreír. Los ojos más lindos del mundo. Ella
seguía ahí, con sus artesanías, sus pequeños boteros y sus aros de pluma. La
ciudad amurallada no sería lo mismo sino estuviese ahí, al menos, no para mí.
Sus amigas se reían. Ella posaba y les contaba como no la pude olvidar.Tenía razón, no lo hice y tampoco podría hacerlo.
Por Germán Rodriguez.
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