- - Jamás quise llegar a este momento
– dijo con algo de nostalgia en sus palabras. En ese instante supe que había
venido a despedirse, que el juego había terminado.
- Bueno,
supongo que así son los finales. Tristes. Todos bastantes parecidos. Solo
quiero que sepas que has sido importante para mí y cada tanto sigo leyendo la última
carta que me escribiste o acariciando la foto que me regalaste aquel día en el
parque. Porque aunque todos los finales sean más o menos iguales, los principios
no lo son. Y nosotros sí que tuvimos un buen comienzo. El mejor de todos. Me
quedo con eso y con el dolor de una historia incompleta. Tú puedes quedarte con
el libro. El final no es tan triste como el nuestro.
Sus ojos se
llenaron de lágrimas. Esto no era un cuento. Era la realidad. Los cuentos eran más
divertidos, al menos para el que los escribe. Su última mirada creo que la
recordare por siempre. Fue lo más real de toda nuestra relación.
Tomó el libro y se fue junto a
Murakami. Jamás volvería a leer algo de ese tipo, pensé. Ahora necesitaba algo
más fuerte que una cerveza. Algo más fuerte que todas las cervezas juntas del
mundo. Me fui al bar de la esquina, la soledad no iba ayudarme. El mozo ya me
conocía. No le agradaba demasiado. En cierto punto, no le agradaba demasiado al
resto de las personas tampoco. Pedí un whisky. Odiaba el whisky. Me lastimaba
la garganta. Ya había sufrido demasiado esa noche.
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