Ella esquivó
mi mirada como si nada de lo nuestro hubiese importado jamás. Sus ojos verdes,
hacia adelante, me ignoraban como si realmente no pudiesen verme. La seguí a lo
lejos esperando que se dé vuelta, para así poder posar mis ojos contra los
suyos y con una mirada pedirle perdón por todo lo que no fue, sabiendo que debería
serlo. No volteó y a veces pienso que no la esperé lo suficiente. Que cerré mis
ojos para no verla. Intuyendo que en la primavera de la vida nos cruzamos con
destinos que no son nuestros, con corazones que no deberíamos abrazar. Desapareció
en los adoquines grises y tristes de ese océano de asfalto donde siempre la
recordaré. Esa esquina que nos separó para siempre. He llegado a preguntarme si
quizás jamás estuve en aquella esquina y mi cabeza empujada por mi corazón me jugó
una mala pasada. Que todo fue una ilusión. Pero entonces la recuerdo, con la
mirada al frente, el paso apurado, sus ojos verdes fugándose de los míos y la confusión
se pierde, y el dolor sigue ahí.
Por German Rodriguez.
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