martes, 6 de febrero de 2018

¿Y tú aun la recuerdas?

Guau, creo que he pensado esa respuesta todos los días desde que sucedió y aun no la encuentro. Realmente no lo tengo claro. Mis ojos golpeaban el suelo y los suyos, capaces de abrir las puertas de cualquier paraíso, observaban el vacío como si fueran parte de él.  Mi cabeza parecía no estar en su lugar. Ella saltó sobre los escalones de la escalera de chapa que daba a la calle y asomó sus cabellos al vacío. El viento jugaba con sus rulos. Parecía no tener miedo a nada. Ni a la oscuridad, ni al precipicio. Yo no supe que hacer, solté algunas palabras equivocadas y ella dijo “Tengo miedo de perderte, de no decir adiós a tiempo” sonriendo con sus labios. Jamás lo olvidare. Su voz, endeble, parecía al borde de apagarse para siempre. Como si aquellas palabras le arrebatarían la vida. Mi boca se secó y mis ojos se llenaron de lágrimas pero, ambos sabíamos que nos habíamos perdido tan lentamente que nuestra esencia ya no existía y no había nada porque pelear. Que algunas batallas es mejor no lucharlas. Ya no éramos los jóvenes soñadores que nos habíamos enamorado. Todo sucedió tan calmo. Tan en paz. ¿Y sabes que aprendí de ese día? Que la oscuridad se trasforma, o te come hasta que solo queda ella, hasta que ya no queda nada de ti. Entonces saltó, sin que pudiese hacer nada para evitarlo. Sin que importase. Saltó como todos deberíamos hacerlo algún día. En ese momento algo murió en mí de manera instantánea. Los pianos siguen sonando en mi cabeza ¿Sabes? Creo que jamás dejaran de hacerlo. Aún hoy, tanto tiempo después, pienso que no había nada que decir realmente, que cualquier palabra hubiese sido la equivocada. Y aunque ahora apenas conservo un vago recuerdo de ella, que nada es tan nítido como solía serlo, ni su nariz, ni su piel, suelo hablar de ella todos los días, de lo bien que se sentía estar entre sus brazos. De que algunas batallas se ganan solo saltando.

Por German Rodriguez.


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