Imagino a un policía con sus botas de puntera negra y su casco
desgastado. Sobre él se lee Policía
de la ciudad.
Imaginen junto a mí. La nariz fruncida. Una cruz de plata brilla sobre
su chaleco. Una mirada abandonada tanto como su moral se pierden en la multitud.
Atrás a lo lejos la bandera sigue flameando. Lo veo levantar la porra y
agitarla fuertemente por sobre su hombro. El palo impacta sobre una cabeza algo
arrugada y de escaso cabello blanco. Automáticamente empieza a sangrar. Su campera
beige con leves agujeros en las mangas se
mancha. La sangre empieza a correr con mayor naturalidad. La imagen es clara. El palo no se
detiene. La patria tampoco. Se escapa algo de satisfacción en sus ojos. La
sonrisa como una victoria termina un poco con la descripción del oficial. El viejo cae al piso. Algunas
sirenas se escuchan de fondo, ninguna es una ambulancia. Los gases nublan un
poco todo. Los héroes se hacen esperar,
las balas no. Ninguno viste de uniforme. Entre corridas y abrazos
forzados lo pueden levantar. Otros caen. La policía siempre del otro lado. Solo
ellos tienen derecho a disparar. Somos el enemigo. Empiezan a sonar las cacerolas.
Todo se vuelve a repetir. Algo se está por derrumbar.
A los que salieron a la calle, a
los que resistieron la represión, a los
que hicieron sonar sus cacerolas, a los de capital y a los del interior también.
#Graciasporluchar.
Por German Rodriguez.
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