La tristeza real no soporta metáforas, ni
comparaciones. Es solo eso, tristeza. Se revela ante ti y nubla todo tipo de
sentimientos y análisis. Ella volvió para recordarme que indefectiblemente la
tristeza era parte de mi vida y haga lo
que haga siempre estará ahí, al acecho, esperando un descuido, un mal paso,
para golpearme con su vendaval.
Los días se volvieron tan grises que apenas
valía la pena vivirlos. Toda mi vitalidad desapareció como si nunca hubiese
existido. Mi humor mutò de tal manera que ya no sabía de qué reír. Había vuelto
a caer al mismo viejo agujero del que tanto me había costado salir, pero esta
vez ya conocía la salida. Tan solo estaba ahí, esperando. Como un síndrome de Estocolmo
invertido, boicoteaba mi propia fuga. Necesitaba emprender un viaje a los rincones más oscuros de mí
mismo Allí donde conviven mis recuerdos
más profundos y se entrelazan mis metas y agonías. Aquel lugar donde ni siquiera ella podia llegar.
Un día despertè por la mañana y las
nubes se habían ido, el agujero había desaparecido y con él, la tristeza. Lo extraño fue que no volvi a recordar su rostro. Las
palabras volvieron a mi cabeza con más fuerza que nunca. Sonreí como hacía
mucho tiempo no hacía, entonces tomé mi taza de café, una hoja de papel y
comencé: “La tristeza real no soporta metáfora, ni comp…”
Por German Rodriguez.
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