Esta
carta la esconderé y seguramente nunca la encuentres porque quizás nunca la
busques. Echar culpas podría ser lo más fácil de hacer, también podría conjugar
un sinfín de preguntas sin respuesta y deplorar volver el tiempo atrás pero no lo
haré. Como tú has dicho, es la infausta maduración la que ya dictó nuestra
sentencia, perdimos la inocencia con la misma inconsciencia con la que nos
enamoramos. Mi prosa se contagia de la tuya a cada renglón, como mi vida se
apegó a la tuya en cada momento. En esta especie de cadáver exquisito de
despedida sobraran los sentimientos y escasearan las palabras sobre mis
indescriptibles sentires. Ante todo, jamás le negaría a nuestra hija la
oportunidad de ver a su padre, pero dime tu Víctor, que siempre has sido un
experto de la mentira ¿cómo le explico que su papa es un borracho, un
trastornado que no piensa más que en mismo?, ¿cómo le describo las noches que
te tuve que arrastrar por la escalera hasta la cama para que ella no te vea
sumergido en un charco de vómito?
Tal vez mentirnos a nosotros mismos fue nuestra única verdad,
la salida más fácil, lo único realmente
verdadero de nuestra relación. Hace tiempo siento un abandono inmerecido propio
de un misógino despechado.
Lo intenté, créeme,
realmente lo intenté, voltée mi cabeza para no ver, tapé mis oídos para no
escuchar ya que por más que apuñalara mi
corazón no iba a dejar de sentir. Mi único consuelo es tan sólo saber que el
dolor es un preparativo para el amor. Y confía, oh Dios mío, mi querido Víctor,
confía que este dolor es aún más grande del que tú, algún día, puedas imaginar.
Tengo la certeza de que jamás volveré a sentir como antes de
que este amor me desgraciara. Quizás nunca más pueda disfrutar de los ocios del
corazón.
La vida ya no era tal junto a ti, mi querido Víctor.
Eventualmente aprenderemos a desconocernos, casi con la misma
naturalidad con la que comenzamos a amarnos. No es tu culpa, ni tampoco la mía,
escribimos nuestra historia fuera de tiempo y en un léxico que desconocíamos.
Por eso te perdono, aunque jamás lo sepas, yo te perdono y espero que en tu
triste nostalgia también puedas perdonarme.
tu
antes querida, Isabel.
Fragmento de "Participes de lo impune". Mi primer novela.
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