miércoles, 31 de agosto de 2016

Kafka (Segunda parte)

-          No quiero parecer pedante, ni malvado. Pero la razón de tal desventura tiene su porvenir. ¿Sabe que algunos de los versículos del evangelio fueron utilizados por la Iglesia Católica durante la inquisición  como la excusa perfecta  para implementar ciertos castigos? Por ejemplo la estirpe de órganos. ¿Y por qué no habré de castigar al hombre que le arrebató la vida a mi hija?

-           ¿Acaso no te has odiado demasiado? Me pregunté meses atrás. Buscaba minúsculas razones para echarme la culpa de la muerte de Cecilia. Hasta pensé en el suicido, me da un poco de estupor confesarlo.- A Federico se le cristalizaron los ojos y bruscamente le dio la espalda a Marcos -  ¿Sabe?  No hay palabra en el idioma español que describa la muerte de un hijo. En hebreo si se abrazaba tal concepto debido a la normalidad de tales pérdidas. ¿Pero quién podría racionalizar la muerte de un hijo? ¿Usted podría?

Federico tomó la cabeza de Marcos entre sus manos, hundiendo la faringe de sus dedos contra los pómulos - ¿Usted podría? Lo dudo… - Lo soltó y encendió otro cigarrillo que arrojó tras la primer pitada-  Imaginaba este momento como si fuera el último día del resto de mi vida o tal vez  el primero, vaya a saber uno, jamás entendí ese aforismo. Pero lo que si entendí es que todo está en la retórica, entonces tomé una decisión más existencial que democrática, ya que todo mi ser quería aplastar el suyo. Verlo desaparecer.

-           Hace más de un siglo atrás Mallarmé escribió “Es demasiado para mi, no puedo enfrentarme a la idea” en una especie de plegaria a la nada cuando su hijito de apenas ocho años se moría de reumatismo infantil. -  Tomó uno de los libros de sobre la mesa y sin abrirlo lo apoyó nuevamente – Y creo que yo tampoco puedo enfrentarme a la idea de vivir sin ella.

Federico se acercó por detrás y apoyó su mano por sobre el hombro izquierdo de Marcos. Le dio una palmada suave como una especie de condolencia.

-          Le contaré algo sobre mi hija. Ella estudiaba zootecnia, - hubo una breve pausa que pareció ensayada- Oh, no se preocupe Marcos no esperó que sepa lo que significa. Honestamente yo tampoco lo sabía cuándo ella me lo conto. Le explico entonces. La zootecnia es la ciencia que estudia el comportamiento de los animales domésticos.- Por un momento descruzó  los brazos y revisó sus lentes - No creo que sea una ciencia en el amplio espectro de la palabra, sino más bien una especie de psicología animal. ¿Sabe algo Marcos? Ella realmente amaba a los animales. En casa teníamos tres perros y dos gatos. A todos y cada uno de ellos Cecilia los saco de la calle. Que bondad la de mi pequeña. Los animales la extrañaron también. Tuve que regalarlos a todos, no hacían más que recordarme a ella.




-          ¿Piensa que hablo demasiado? – manifestó mientras se inclinaba a atarse los cordones elevando notoriamente el tono de voz - Séame honesto. Puede que sea por mi profesión o quizás solo el deseo de parecer un hombre más culto y avanzado. Yo me pregunto,  ¿Cuál es la misión de un hombre culto? ¿Ser un simple peón de oficina y cumplir con todos los sueños cerebralmente planeados para cuajar en nuestra estructura de felicidad?

-   Trascender creo que sería la respuesta correcta. Ir más allá de los límites. Correrlos. Transmutarlos en algo invariablemente severo. Pero yo fui muy tonto para entender aquel dilema a tiempo y entonces me gradué en medicina con apenas veinticuatro años, solo para complacer a mi padre. ¿Y sabe qué? –   Preguntó mientras reía de forma macabra y exagerada tocándose el estómago.-  No le importo. No le importo en lo más mínimo.

Marcos pareció susurrar algo, como si estuviese intentando rezar.


-          Oh la maldita teología  - lo interrumpió Federico -¿Qué hacemos con ella y que seriamos sin ella?- Sonrió de manera repugnante  y un hilo de saliva le corrió por el mentó – “Si existe un dios el tendrá que rogarme a mí que lo perdone” Escribió un judío sobre uno de los muros de los campos de concentración Nazi. ¿Usted cree en dios Marcos? ¿Cree que lo puede salvar? ¿Está rezando en estos momentos? Créame que no lo ayudara. El único Dios en esta habitación, soy yo. Así que mejor ahórrese las plegarias.


El sonido de la puerta despabiló momentáneamente a Marcos que empezó a intentar gritar. Abría la boca en su máximo esplendor y dejaba al descubierto una horrible cicatriz de desprolija sutura.

-          ¿Espera a alguien? – Preguntó casi en un susurro- Mejor que lo hagamos pasar. Es descortés hacer esperar a las visitas.

El repiqueteo en la puerta se escuchó un poco más fuerte.

-          Cuanta impaciencia – musitó y desapareció de la sala.

Al cabo de cintos minutos Federico volvió al comedor junto a una pequeña niña, de cabello castaño y ojos verdes que vestía un pijama de flores rojas, tomada de la mano. Llevaba los ojos vendados con una seda negra.

        -     Saluda a tu padre, Anabela.

-          Hola, papa.

Ante el silencio de Marcos, que volvía a tener la mordaza en la boca, Federico intervino.

-          Papa, no puede hablar ahora, estamos jugando  un juego. ¿Quieres unirte a nosotros?

La niña afirmó con la cabeza. La silla de Marcos se tambaleó hasta caer al piso. Pateaba, escupía y lloraba con la misma intensidad. Intentaba soltarse en un acto de esperanza infundada.

Federico tomó del piso el extracto de lengua de Marcos y poniéndola en las manos de Anabela preguntó.

-          ¿Qué  crees que es esto?

-          Un pulpo – contestó entre risas la pequeña.

La mejilla derecha de Marcos se arrastraba por el piso en un vano intento de movimiento. La saliva mezclada con la sangré dejaba  la marca de tal inútil empresa en el piso. Las sogas no cedían y el nudo que lo amarraba a la silla parecía inamovible.

-          Te lo regalo pero debes cuidarlo bien. Era algo muy importante para tu papa.

-          ¿Papa? Me puedo sacar la venda.- preguntó Anabela.

-          Papa ya se fue, querida. Se escondió. Ahora nosotros tenemos que encontrarlo. Vamos. Contemos hasta diez y busquemos a papa.

-          Pero no veo nada, señor.

-          Es que así es más divertido.  – pasó suavemente la mano por su rostro y pellizco una de sus mejillas - Me parece que las cosas más increíbles en la vida siempre llegan como una sorpresa, como algo inesperado que se presenta ante tus manos abiertas, Anabela.

Durante unos breves minutos que parecieron eternos, Marcos intentó desatarse pero notó que sus pantorrillas estaban yuxtapuestas a los extremos de la silla por algún tipo de pegamento.

-          Por un momento pensé que esta idea no resistía la lógica pero en cierto punto tenía un imponderable sentido en sí misma – pronunció mientras volvía al salón comedor junto a la pequeña – ¿No lo cree? - Anabela arrastraba inocentemente una extraña mascara en su mano.

-          Permíteme ayudarte querida, Esto es un Pera de la angustia*  – explicó mientras ajustaba la máscara al rostro de la pequeña. – Es como un disfraz para la cara. Un antifaz.

-          ¿Me puedo sacar la venda, señor?

-          Aun no, querida.

*  Instrumento de tortura de origen Austriaco. Este  objeto metálico  posee forma de pera e introduciéndolo en la boca destruye lentamente el rostro.


Con un movimiento brusco Federico introdujo la mano dentro del pantalón y, sin vacilar, apuntó el arma calibre  38 a la sien de la pequeña, que jugaba con su vestido a sus espadas. El dedo índice resbaló por sobre el mango, hasta llegar a la recamara. Y Con la mirada clavada en la desesperación de Marcos gatillo. Volvió a gatillar. Tomó un hondo respiro, en una especie de letargo emocional y luego gatilló nuevamente  en la cabeza de la niña.

Las gotas de los ojos de Marcos brotaban con casi tanta efervescencia como el sudor de su frente. Por el ventanal se podía apreciar la leve llovizna que comenzaba a caer.


-          ¿A que estamos jugando, señor? ¿A policías y ladrones? – indagó la pequeña Anabela.

-          Cierto, a policías y ladrones – musitó Federico mientras apoyaba el revolver vació por sobre la falda de Marcos – Tenemos que agarrar a los malos, querida. Pero antes debemos prepáranos, ya es casi hora. De prisa, ya estamos en las vísperas de un nuevo año. Faltan quince para las doce.



El reloj marcaba las doce menos diez, cuando Anabela entró al salón haciendo alarde de su elegante estatura. Con la máscara, aun en su rostro, lucía un vestido blanco que apenas sobrepasaba las rodillas y  combinaba con las sandalias que llevaba en sus manos.

-          Cálzate, querida, la fiesta va a empezar.

-          Pero, no veo nada.

-          Este vestido era de Cecilia, ¿Sabe? Recuerdo como si fuera ayer. Viéndola entrar a la iglesia repartiendo pétalos a todos, con su imborrable sonrisa en la boca. Todos la amaban y ella los amaba sin saber que estaba amando. Pero sabe algo, Marcos, ya no me basta con recordar y no lo digo como si se tratara de una premisa teológica sobre la salvación o la reencarnación. Lo digo desde la mayor simplicidad del alma. De un alma que ya no quiere ver viejas imágenes tan claras y puras como la realidad, sabiendo que no volverán a existir. Sé que usted debe pensar que mi castigo es desproporcionando en relación a su afrenta. Pero quiero que entienda que necesito verlo morir varias veces para que mi letargo sea pacifico.

Marcos alzó la cabeza con gran esfuerzo y observó cómo Federico se acercaba  apretando los nudillos. Los notó algo hinchados como si hubiese estado golpeando una pared. En tanto, arqueó las cejas como a la espera de una señal o de algún paso a seguir. Entonces sonó el campanario  y el sonido de la bala entrando en la recamara retumbó en en la habitación. Federico apuntó nuevamente a la niña. El campanario volvió a sonar. La sangre comenzó a ganar partida en la sala donde solo se oía un llanto desesperado.


Primera parte del relato:
participesdeloimpune.blogspot.mx/2016/08/kafka-primera-parte.html





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