lunes, 22 de agosto de 2016

Kafka (Primera parte)

El humo confabulaba con la noche y la insurgencia colectiva de aquel espeso aire consumido formulaba caretas en su propio rostro. En el gentil apogeo de la ceniza, la vio caer, suave y sumisa por sobre su zapato. Pensó que era el momento indicado para hacerlo pero rápidamente esgrimió argumentos para acobardarse. Hubo un breve intercambio interior de obtusas opiniones, comentó a un amigo mucho tiempo después en algún café. Pero la decisión ya estaba tomada hace meses.
Había algo inconexo en él. Se sentía raro con el pasamontañas cubriendo su rostro, aun así el agujero  por el cual soltaba el humo dejaba al descubierto sus leves bigotes canos que tanto orgullo le provocaban. Una furia sin rescoldo lo invadía, sin embargo se mostraba apático, calmo, como si no importara que aquella persona atada a la silla frente él, hubiera asesinado a su hija.

-          El tiempo está en algún instante – dijo susurrándole al oído mientras arrastraba el cuchillo por el lóbulo izquierdo.

La mordaza inventaba silencio. Federico no alejaba la vista de la ventana mientras limpiaba el filo.

-          Ja’ Jsem ten který plati* – pronunció con alquimia de palabra ante la mirada perdida y desorienta del prisionero -  En Praga se  decía esa frase antes de ejecutar a los prisioneros en el ocaso de la gran guerra. Gran vocabulario, el checo, muy rico. Exquisita pronunciación ¿no le parece?

Encendió otro cigarrillo y permaneció en silencio durante un largo rato. Sentado con los ojos semi cerrados y las piernas cruzadas, prestándole una desmedida atención a la ceniza que caía al suelo.

-          ¿Se cree usted merecer de ver mi rostro? Permítame que me saque esto. Creo que ya nos conocemos bastante a pesar de no habernos visto nunca. – exclamó mientras desnudaba su cara.

-   Sabe algo, yo no quisiera matarlo a usted, realmente mi intención es apenas un desborde de venganza. Y perdone usted lo barroco del lenguaje, pero tengo una cierta tendencia al romanticismo. ¿Y que más romántico que la muerte?

*(Yo soy quien pague) en Checo.


- Ya vera, no soy de tutear a las personas, me parece una falta de respeto. Algo que se gana con los años. Mi padre no me dejó tutearlo en toda su vida. Una gran lección de valores, creo yo.


- ¿Es usted judío? – pronunció perspicazmente en una continuación monologar – Perdone la insurgencia de la pregunta pero su apellido me trae algunos recuerdos. Sepa que tengo un gran respeto por aquel pueblo, si lo podríamos llamar pueblo, claro está. Sabe, muchos de los judíos amasijazos en la segunda guerra, se creían merecedores de las torturas a las que los sometían. Gran paradoja ¿la ve?

-¿Usted se creería merecer de tal barbarie solo por su raza o credo? –  Tomó una breve pausa antes de continuar – Permítame limpiarle la sangre,  se le está manchando la camisa.

-          Kafka era una de esos judíos que se odiaba así mismo y remitía todos sus defectos a su raza. Siempre he pensado, si me permite el exabrupto,  que es magnífico echar culpas a lo ineludible, a lo inalterable. Pues claro, Marcos, piense un poco, aquel maravilloso escritor se odiaba por algo que no podía modificar bajo ningún punto de vista, entonces su constante periodo de luto lo hacía un narrador descomunal. El que nace judío muere judío, sin importar todo lo que intente en la transición hacia la muerte. Entonces no hay más remedio que la autocompasión.


La totalidad de las luces de la casa permanecían apagadas. Apenas una luz de un empolvado candelabro iluminaba el salón comedor. El suelo de maderas opacas, repetía el reflejo de la vela.

- Hoy se cumple un año de que usted asesinó a mi hija ¿la recuerda? Ella era una de las dos meseras que lo atendió la tarde de abril en la que decidió asaltar el café de la esquina de O’higgins.

Marcos había agachado la cabeza parecía querer esconderla entre sus hombros.

-          Disculpe mis modales, mi nombre es Federico Zelaya, creo que he sido descortés en tenerlo en las tinieblas, en una cuestión tan importante como el nombre del hombre que le va a arrebatar la vida.

Por unos minutos hubo un silencio algo sobrecogedor, interrumpido solamente por el ruido del viento.

-          Óigame y préstame mucha atención. Levanté la cabeza – dijo mientras apoyaba el puñal sobre el lado izquierdo del torso de Marcos – El hígado recibe aproximadamente un litro y medio de sangre por minuto e interviene en varias funciones vitales para nuestro organismo. – El filo comenzaba a desaparecer lentamente en su interior – Pero no tiene usted porque preocuparse. El hígado es el único órgano que recibe sangre de dos fuentes: la arteria hepática y la vena porta. Así que tan pronto se empiece a desangrar, su cuerpo comenzara reemplazara la sangre perdida. ¿No es magnífico, Marcos? Y así podremos ganar algo de tiempo para conocernos mejor.


Federico se alejó de la sala, y los pocos minutos se comenzó a oír en la sala el fragmento intermedio de la opera Catón en Útica del compositor italiano Antonio Vivaldi.

-          Preste atención Marcos, a la interpretación de Ernesto Palacio – Musitó mientras entraba nuevamente al salón – Permítame.


Con un veloz movimiento de muñeca sacó el cuchillo chorreante de sangre rojinegra del interior de Marcos.
De un tirón le arranco la mordaza de la boca y el malherido joven, no atinó a gritar. Tan solo escupió a los pies de Federico.

-          Me agrada su actitud agresiva/pasiva de permanecer en silencio. La dialéctica es muy importante, tanto como el lenguaje corporal ¿Sabe? Hitler practicaba incasablemente sus discursos, incluso hacia que lo fotografiaran mientras lo hacía ¿Sabe lo que significa dialéctica, verdad? - Se frenó bruscamente y mirando a los ojos del cautivo continuó -Ah, me olvidaba, Cecilia era su nombre, por si le interesa.

-          Aquella noche, me quede en el consultorio hasta tarde. Me resulto extraño que no me haya llamado, debo admitirlo, pero no era la primera vez que no lo hacía. A la mañana siguiente me despertó el llamado de mi ex esposa, diciéndome que habían asaltado el café donde trabajaba mi hija y que en el tiroteo una bala perdida de la policía le había perforado el pulmón. – Encendió otro cigarrillo y soltó el humo paulatinamente mientras acomodaba su hebilla plateada.  – Un diagnostico difícil. Premonitorio en la mayoría de los casos.

Marcos volvió a escupir, esta vez la saliva golpeó el pecho de Federico.

-          Pensé que iba a decir que usted no mato a mi hija. Gracias por ahorrarme el disgusto.

Agitó la cabeza, e intentó esbozar alguna palabra con gran dificultad

-          No se esfuerce, amigo mió. - Exclamó mientras le apagaba el cigarrillo en la rodilla – Y no gima, por favor. Somos adultos.

-          Se preguntara por que le extirpé la lengua ¿verdad? Pues de esta manera no podré escuchar sus excusas y razones. Claro, quien quiere escuchar los motivos de la muerte de su primogénita.

Federico desprendió su chaleco de seda negro y puso sobre la pelvis de Marcos su propia lengua.

- Gran diámetro, la lengua de un ser humano promedio puede llegar a medir doce centímetros, sabe. Fue un procedimiento muy delicado.


- La suya alcanzó los diez centímetros. Debía de ser un gran hablador. También se debe de preguntar el porqué de la mordaza, si pese a no tenerla sus gruñidos tampoco alcanzarían a ser escuchados por nadie. Le resolveré esta incógnita por el interés que exige la cortesía.

La gasa que tiene en la boca esta roseada de acónito, una flor de gran contenido venenoso. En breve va a experimentar síntomas como quemazón en los labios, insensibilidad en la garganta, espasmos, parálisis de los pulmones, convulsiones y luego una dolorosa y lenta muerte.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario