domingo, 24 de julio de 2016

Puta


-          ¿Sigues aquí? -  me dijo el, con ese despotismo que tanto amaba. No pude responder. Ya no esperaba nada de la vida. Conocía muy bien la salida pero no tenía el valor para cruzar aquella puerta y no saber nada más de su vida.  A veces creo que sigo respirando un pasado funesto que no quiero o puedo olvidar.
-          Ándate de mi casa – musitó como para sí mismo. Sus ojos expresaban un odio inalcanzable. Y yo seguía tirada en el sillón, llorando como una imbécil. – Decime que todo estará muy bien – pensaba. Teniendo la absoluta certeza que nada estaba bien. Ese escudo que se elevó sobre mí, me hacía temblar, no tenía el valor para siquiera mirarlo. Para mentirle y decirle que todo iba a estar bien. El peso de su palma cayó nuevamente sobre mí, evaporando la saga de sentimientos que invadían mi mente. El primer telón había caído. Nada estaba claro.
-         Puta de mierda -  me volvió a decir. Eso es lo que era yo. Una puta. Una puta de mierda. No podía disuadirlo de lo contrario. Tampoco podía intentarlo. Estaba convencido de ello. Quizás era verdad. Y siempre fui eso. Una puta. Una puta de mierda.

-          ¡Deja de llorar, pelotuda!- gritó un segundo antes de tomarme por los pelos y tirarme al piso. Me miraba con un resentimiento demasiado tangible. Ensayé una frase en mi cabeza que no me animé a pronunciar y luego,  negro. Una oscuridad abrazante y opresiva. Nada. No más imágenes, ni sonidos. No más sillones, ni televisores. Negro. Los celos y el amor se desvanecieron en la obsesión. Solo negro. Como el alma del golpeador. Como la conciencia social de un estado ausente y permisivo con el patriarca.

Por Germán Rodriguez


No hay comentarios.:

Publicar un comentario