- ¿Una
mujer?- preguntó.
-
¿Acoso los tipos beben por otra razón?
-
Ya encontrara otra, así funciona.
-
Y también la perderé
y me sentare en otro bar a beber todas las cervezas que pueda, así funciona.
-
¿Quiere otra?
-
¿Mujer o cerveza?
-
Es lo mismo.
Pagué justo y salí. Ella ya no estaba ahí, tampoco Murakami. Encendí
un cigarrillo y caminé por el sol. Mierda -pensé- necesito otra cerveza. Entré
a otro bar en el que todos parecían estúpidamente felices. No era un buen lugar
para un borracho. Ordené una cerveza. La gente a mí alrededor me miraba y yo
los miraba a ellos. Tenía una lista en el bolsillo de todas las cosas que tenía
que hacer. No quería hacer ninguna. Lavar la ropa, comprar una bombilla. No era
suficiente para mí, al menos no hoy. Pedí otra cerveza. La gente ya no se veía
tan feliz. Brindé por eso. Volví a la calle, el sol estaba cayendo, se acercaba
la mejor parte del día. Llegué a mi casa, abrí la puerta y ahí estaba ella,
sentada en el sillón con su libro en la mano - estas borracho - dijo. – Creo
que no todavía pero lo estaré en un rato - contestè pisando palabras.
Se levantó, se acercó con su cigarrillo en la boca y me
besò. Sonreí. Fue lo más parecido a la felicidad que había sentido en mucho
tiempo. - lo siento - susurré - no creo que pueda hacerlo. Me miré demasiadas
veces al espejo para saber que no soy la persona que necesitas. Ni siquiera me respondió.
Ambos sabíamos que era verdad. Se fue y esta vez era para siempre. Abrí otra cerveza,
me acerqué a la ventana y la vi marchar. Escupí, tiré la botella al otro
lado de la calle y pensé que quizás esa noche si pueda escribir algunas líneas decentes.
Por Germán Rodriguez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario