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Sos
un hijo de puta. Basura. Yo que te di todo. Mi vida, mi corazón y vos. Y vos
nada. Siempre igual. No te quiero ver nunca más – vociferó Manuela mientras su
codo impactaba en el pómulo derecho de Iván, su novio desde la secundaria, que
dormía tranquilamente a su lado.
Ese
día Iván tomó sus cosas y huyó, sin saber bien por que, hacia la casa de sus
padres. El joven estudiante de ingeniería jamás supo el motivo de aquel
abrupto final. En cambio, Manuela lo tenia bien claro. Iván la había engañado y
no cabían dudas el respecto.
A
los pocos meses, Manuela conoció a un estudiante de abogacía, que parecía el
candidato perfecto para compartir el resto de su vida. Buen mozo, sencillo y
por si fuera poco, hincha de Laferrere como Manuela. Solían caminar por la
costanera de la mano y el hasta intentó,
en vano, enseñarle a rebotar piedras en el oleaje.
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Basura.
Sos una porquería. Eso es lo que sos. Una porquería. Yo te di mi vida, mi corazón
y vos. Y vos te encamas con tu hermanastra. – Dijo Manuela a los gritos,
mientras las lágrimas recorrían sus mejillas y su puño colisionaba en las zonas
erógenas del futuro abogado que dormía sigilosamente en la esquina del sillón.
Manuela
tomó su cartera y corrió despavorida a mitad de la noche hasta su departamento
en la calle Libertad. Jamás volvió a tener
noticia de el.
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¿Cómo
pudiste hacerme esto? ¿Como pudiste? Yo te di mi corazón, mi vida y vos. Y vos
nada. Nunca nada. Sos lo peor que me pasó en la vida. Una basura, eso sos. –
Anunció exaltada mientras su palma abierta golpeaba contra la cara de Dante, su gato
Siamés, que rápidamente utilizando sus habilidades felinas trepó al placard
para evitar futuros arrebatos.
Desde
entonces, Manuela duerme sola, aunque eventualmente Dante baja del placard para
hacerle compañía.
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