martes, 21 de noviembre de 2017

Corazones amputados (Sobre trenes e Idiotas)

Me miró a los ojos intentando hallar algo que jamás encontraría y me dijo que era un idiota y  que no había hecho más que arruinarle la vida. Me gustaría decir que las palabras calaron hondo en mí pero sinceramente no fue así y  para ser completamente honesto esa oración me trajo algo de alivio y confort. El escupitajo le dio a la escena un toque más de dramatismo. La gente observaba inmaculada, sin quererlo les estaba dando la emoción de la que carecía su día o tal vez su vida. -¿Por qué? -  gritó ella sobre el andén y la atención recayó en mí. - Quizás corre por mis venas traicionar a los que me aman. Es una posibilidad. Pura genética. – Contesté como si hubiese ensayado la crueldad en mi respuesta. Volteé esperando lo peor, o al menos otro escupitajo, pero ella ya no estaba y a veces creo que jamás estuvo y me he inventado todo. Caminé hasta la puerta trasera del tren y mi  imaginación se ponía más y más violenta. Temí haber perdido la cordura en ese instante. Fui el último de los pasajeros en subir, recuerdo que sonreí y pude ver el reflejo de mis dientes sobre la ventanilla.  - No voy a mirar hacia atrás -. Me dije a mi mismo en una improvisada reflexión de anhelos imposibles mientras giraba mi cabeza hacia el frente. Desde el momento que oí el motor encender supe que pasaría mucho tiempo antes de que  pudiese regresar, algo se había roto dentro mío y necesitaba ser reparado de alguna manera. Pero el tiempo a veces no alcanza ni siquiera para olvidar y los motores tardan demasiado en arrancar. 

Por German Rodriguez.


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