Peleé por mi
vida. Peleé duro. Como nunca pensé que sería capaz de hacerlo. Recibí garrotazos
en la espalda y no pudieron tumbarme. No pudieron. No podrán. Ellos ganaban en
número pero no en fortaleza. Porque la policía es solo una fuerza que se deja empujar.
Mi rostro sangraba por cada lugar, los ojos apenas me dejaban ver. Inflé el
pecho como alguien que se prepara para morir de pie. De la única manera que
podría hacerlo. Escupí algunos dientes. El color negro ganaba la escena. Ya
todo estaba por terminar. No era capaz de diferenciar sonidos. Gritos y sirenas
sonaban igual en mi cabeza. Los olores eran intensos, indefinibles pero aun así
intensos. Las emociones también sangraban. Aun lo hacen. Por un segundo, dejé de
confiar en mí mismo. Esa fue realmente la oscuridad que aun hoy siento. Recordé
la primera vez que la vi sentada junto al mar como si ella debiera ser mi última
imagen antes de morir. Creo que lo fue. Aún lo es.
Por Germán Rodriguez.
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