La culpa de clase está al acecho de la clase
media (la clase alta ni siquiera tiene la decencia de sentir culpa) a toda hora
y la mitigamos con acciones tontas, que nos hacen sentir
parte de la sociedad que realmente ignoramos. Al ayudar a un ciego a cruzar la
calle o al darle una moneda desde una camioneta calefaccionada a un chico que
se está muriendo de frio en un semáforo. Eso nos hace sentir bien y hasta por
un segundo pensamos que estamos cambiando algo. Que si todos hicieran algo así
el mundo sería un lugar mejor. Aleluya.
Pero la verdad es que no cambiamos nada, que damos migajas de las migajas.
Sobras de nuestras sobras.
Ellos lo ven, ahí crece el odio, en las
acciones mediocres. En los gobernantes mediocres. En nuestra mezquina
solidaridad adquirida de la televisión, de las curvas sensuales y los bailes
baratos. Algún día van a venir a tomar
lo que es suyo y no va a haber migaja que los frene. Las balas no van a
alcanzar tampoco. La revolución de los marginados salvarà al mundo.
Por Germán Rodriguez
Fragmento de mi segunda novela "Los días sin camino".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario