La
luz me cegó cuando oí el primer disparo. Reí en un mero acto de inconsciencia.
La segunda descarga dejó ver un aura de fuego y humo en la noche. El sonido se
escuchó por toda la montaña. Volví a reír. Era una declaración de principios.
Ya nada importaba realmente ¿Por qué no arriesgarse a que todo valga la pena?
Pensé. La respuesta era una verdad demasiado limpia como para pensarla con un
escopeta apuntándome directo a la cara.
Decidí dejar de reír. Al menos un poco. El camino de vuelta fue breve,
la pendiente no tanto. A veces uno no sabe cuándo está cayendo. El tercer
disparo no lo oí.
¿Cuánta
mediocridad hace falta para arriesgar la vida?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario